Con la autoridad que me confieren la edad y unas vivencias que, ojalá, no hubiera experimentado, afirmo que las mujeres en los últimos años no sólo hemos sufrido más violencia, los datos saltan a la vista, sino que hemos sido tomadas por imbéciles por muchos de los que se dedican a gestionar los millones de euros públicos destinados a luchar contra esta lacra, preocupados, sobre todo, por apoltronarse en el poder y mantener chiringuitos afines.
Vamos a ver, ¿de qué sirven unas políticas que facilitan que violadores y acosadores cumplan menos penas o que generan que cada año crezcan los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas? Señores, señoras, echen cuentas. Volvemos a recordar este 25 de noviembre una realidad aciaga, que pone de manifiesto que las políticas fallan, que no vamos por el buen camino, por mucho lazo y ropa morada que algunas se pongan. Ni los minutos de silencio ni gritar las cuatro consignas de siempre en una concentración serán eficaces mientras nadie asuma que a las víctimas no sólo les paraliza el miedo, sino la mezquindad que impide un castigo ejemplar para el agresor.
Desde aquella ley contra la violencia de género que, en 2001, con Bono en el poder, aprobaron las Cortes de Castilla-La Mancha, ¿qué se ha conseguido? Nos hemos cansado de buscar el origen de los males, que hemos achacado a una educación patriarcal. Bla, bla, bla. Pues sí, muchos términos rimbombantes y farragosos, que esa es otra, para, más de veinte años después, concluir que gran parte de los jóvenes han normalizado controlar los móviles de sus chicas o decirles cómo tienen que vestir. A su vez, muchas de ellas mantienen el ideal del amor romántico, en el que se dejan seducir por un varón que las domina porque las quiere. Vamos, que eso del techo de cristal, la perspectiva de género o los micromachismos no han sido asimilados por unas generaciones a las que el mensaje les espanta. Tal vez daría mejor resultado transmitir valores como el respeto, la tolerancia y la empatía. Se me ocurre.
El sectarismo que se ha implantado entre ciertas señoras 'feministas', qué risa, ha contribuido a la división de un movimiento ejemplar que propició, hace 90 años, hitos como el de Clara Campoamor, artífice del voto femenino en España. Ahora, si a muchas les valiera, sólo tendrían derecho al voto, las suyas. O exclusivamente serían consideradas maltratadas las de su ideología. Hace tiempo, muchas aprendimos que la violencia no dependía de la cultura, ni de la clase social o económica. Que podía afectar a cualquiera. Pero ahora resulta que se ha diluido, incluso, el concepto de mujer y se da prioridad a figurar en la foto, al protagonismo en la pancarta, como ocurrió ya en tiempos de Milagros Tolón, quien salió mal con las señoras de la plataforma 8M porque no le dejaban ir a la cabeza de una manifestación. Y se convocaron dos. Gran ejemplo de sororidad, que ayuda tanto a las víctimas de violencia como una batucada.
En definitiva, si las mujeres agredidas, humilladas, vejadas por su pareja o expareja siguen teniendo que huir a una casa de acogida, si el agresor continúa campando a sus anchas y los chavales se hacen fuertes sesgando la independencia de sus parejas, esto va mal. Cambiemos las políticas para cambiar los resultados. Y es que detrás de cada asesinato se esconde una tragedia que no se tapa con un lazo.