Una, que tiene la sana costumbre de caminar por esta ciudad nuestra, tan querida como incómoda, gracias a esos paseos tiene oportunidad de contemplar escenas de diversa índole. A veces desagradables. Así, hace unos días, unos chicos que salían de un centro de enseñanza del Casco, adolescentes de Secundaria tal vez, les gritaban a unas compañeras «¡zorras, putas!», mientras ellas se partían a reír ante semejante ocurrencia de sus colegas. Algo va mal.
En vísperas de la conmemoración del 25 de noviembre, Día de la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres, se me ocurre que los cientos de millones que se han invertido en repetir machaconamente lo de la perspectiva de género o en utensilios y atavíos de color morado, aparte de ser simbólicos, no han servido ni siquiera para frenar un problema social que tal vez los abuelos de esos estudiantes "tan respetuosos" que deambulaban por el Casco, nunca llegaron a manifestar. ¿Ningún político, gobernante o técnico de los que se empeñan en institucionalizar un lenguaje raro, con términos insufribles e ideas sectarias, se ha dado cuenta de que sus directrices no son las adecuadas? ¿No son capaces de analizar la realidad y cambiar sus prioridades, máxime cuando las propias encuestas se empecinan en mostrarles que van por mal camino? Lo curioso es que, cuanto peores son los resultados, cuanto más se pone de manifiesto que muchos adolescentes varones controlan a sus chicas o repiten patrones que ni siquiera vieron en sus padres, seguro, los señores y señoras de igualdad, en vez de cambiar de táctica, piden más dinero. Para apoltronarse, quizás, y tener un motivo para seguir acomodados en su sillón.
La educación falla. De hecho, el propio INE en uno de sus últimos informes indica que es en el grupo de menores de 18 años donde más está creciendo la violencia contra las chicas. Después de años de recoger estadísticas escalofriantes de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas, es indignante que el mensaje haya caído en saco roto entre el colectivo que representa el futuro de nuestro país. ¿No será mejor optar por otros métodos que se adecúen a su entendimiento, a su edad, a su mentalidad? Aquí el problema no sólo está en que ellos, esos chavalitos, no todos afortunadamente, insultan a las niñas, sino en que ellas lo consideran normal y hasta les divierte. Es el rotundo fracaso de un sistema inútil.
Es evidente que el adoctrinamiento no sirve para educar a generaciones de jóvenes en el respeto y la tolerancia. Una sociedad debe insistir en los valores más que en la ideología. No creo que todos estos adolescentes chulitos sean futuros maltratadores, pero estoy segura que la solución para evitar que se pierdan definitivamente no está en el uso del "todes" o en criminalizar a los varones. Den la vuelta a lo que han hecho hasta ahora, gerifaltes de igualdad, porque, seamos sinceros: no se puede hacer peor. Y hablamos de vidas, no de colores.