La celebración de la Noche del Patrimonio ha demostrado que a los toledanos nos gusta disfrutar de lo nuestro, descubrir nuestras joyas ocultas y escuchar conciertos bajo las estrellas. La ciudad ha presumido de su belleza, ha brillado como en sus tiempos de mayor esplendor y, lo más importante, ha recuperado esa vida que tanto echamos de menos quienes hace unos años, demasiados, hicimos del Casco el epicentro de nuestra diversión.
Está claro que la cultura ha de ser el eje que devuelva la frescura perdida a nuestra zona histórica. Aquí tienen mucho que decir los poderes públicos, pero también las entidades privadas, incluidos los hosteleros, que han de colaborar para que Toledo, además de mostrar una postal inigualable, derroche ese dinamismo que ha ido perdiendo, en una lenta agonía que ahora requiere, cuando menos, una dosis de optimismo.
Los toledanos que asistimos a algunas de las visitas y los actos programados con motivo de esa noche que celebran simultáneamente las 15 ciudades españolas Patrimonio de la Humanidad, no sólo admiramos nuestra riqueza histórica, los jardines escondidos, esos muros que dejamos de lado, inmersos en nuestros quehaceres cotidianos, sino que hemos contemplado con satisfacción, al menos en mi caso, al despertar de una capital que afronta grandes retos y ha de generar oportunidades para solventarlos.
Toledo no está muerta. Tal vez necesite respiración asistida o alguna técnica que yo soy incapaz de descifrar, pero está claro que los vecinos no somos tan apáticos como normalmente nos pintan. O como nos consideramos nosotros mismos. Nos hace falta un pequeño empujón para motivarnos, eso sí, tal vez porque llevamos demasiados años sumidos en las desidia y nos hemos contagiado del virus de la inacción.
En Toledo hemos demostrado que el pop urbano de Veintiuno casa con un escenario tan espectacular como San Juan de los Reyes. O que se puede escuchar a una clon de Tina Turner cantar 'The best', a las puertas del Palacio Arzobispal, junto a una de las catedrales más hermosas de la cristiandad. Nos ha gustado. Lo hemos disfrutado. Y no debemos parar.
Cierto es que no todas la noches pueden ser tan espectaculares como la del 14 de septiembre, repleta de actividades culturales, cubriendo casi la totalidad del gran monumento que constituye el Casco de Toledo. Pero digo yo que se podría aprovechar el tirón para fomentar, por ejemplo, actividades como la música en la calle, tan habitual en otras ciudades europeas.
En tiempos en los que es preciso mimar a los residentes, también es necesario que el resto de los toledanos nos sintamos unidos en torno al corazón de la ciudad. Ojalá volvamos a encontrar a un señor entonando en Zocodover canciones eternas que hablan de melancolía y amores perdidos. A ese Pancho Varona que confesó sentirse Lenny Kravitz ante el caluroso saludo del alcalde. Para nosotros, fue aún más grande. Que nadie nos quite a la Banda del Pirata Cojo, la que nos hizo tan felices esa hermosa noche toledana.