Que el Corpus de Toledo ha triunfado en cuanto a participación nadie lo puede negar. Eso sí, ante cualquier evento hay que pararse a evaluar, a hacer autocrítica y a proyectar posibles mejoras, que lo peor en estas circunstancias es morir de éxito.
Ya decía yo la pasada semana que la Peraleda, por fin, se desvela como el mejor enclave para dar rienda suelta al afán de diversión de los toledanos. Es más, estas fiestas marcarán un antes y un después en unos terrenos sometidos al albur, al capricho y al abandono de multitud de gobernantes que han obviado la realidad de Toledo, buscando crear problemas o golosas parcelitas para que la ciudad siga creciendo sin ton ni son. Ahora toca rediseñar el recinto e invertir para generar una zona susceptible de ser disfrutada por los toledanos, más allá de sus fiestas.
Dicho esto, no estoy tan contenta con otros detalles: lo de las sillas para ver la procesión es un clásico, como los son esos otros asientos que los vecinos del entorno colocan a lo largo de la carrera para contemplar cómodamente, dentro de lo que cabe, el espléndido desfile. Lo que no parece de recibo es que se tapen accesos a la propia calle Ancha con filas de sillas que impiden el libre paso de personas, atrapadas durante horas en una desesperante ratonera. La distribución de esos asientos de pago ha de ser estudiada y limitada para que el afán recaudatorio de la empresa no provoque enfados y disgustos a los propios vecinos, al fin y al cabo, protagonistas de este evento.
También hay que poner freno a esas tribunas que las instituciones se empeñan en colocar donde les viene bien, otorgando privilegios a sus allegados, algo propio del feudalismo más trasnochado. Toda la vida se han reservado los balcones de la Delegación del Gobierno para esas personas "importantes". Y así debe ser, que no puede uno ubicar unos graderíos a su libre albedrío, simplemente porque Tolón y los moradores de la plaza de Zocodover no sean de su agrado. Les comprendo perfectamente, pero, señores, que estamos hablando de instituciones y las afrentas no pueden resolverse a costa del dinero público. Mesura, por favor, que es un acto religioso y cultural, que perdurará más que las siglas de un partido político.
Un último ruego: que no nos pongan tan difícil el acceso a quienes no vivimos en el Casco. Y es que clama al cielo que el autobús urbano desemboque, durante las fiestas, en la Ronda del Granadal mientras el turístico circula tan campante por el entorno del Alcázar. Por cierto, aprovecho para reivindicar transporte público con aire acondicionado, que esos vehículos que nos donó la ciudad de Madrid, con muy buena intención, no son los más apropiados para estos calores. Eso sí, a su favor diré que tales autobuses han contribuido a la socialización entre los usuarios, a quienes sólo les falta cantar aquello de 'Vamos a contar mentiras' durante uno de esos viajes inenarrables.