A veces el Tajo viene y nos muestra su fuerza. Y antes de irse nos deja un regalo, un reguero de arenas de oro, finas como la brisa de un anochecer de junio. A veces el Tajo regresa, y como si quisiera decirnos que ahí está, que sólo hace falta que deseemos su vuelta, que le recatemos de las cadenas que le mantienen preso como galeote en mares de sal y desiertos. A veces creo que el Tajo juega con nosotros, con quienes le observamos y sentimos. Deja sus arenas en playas que aparecen, como en los cuentos antiguos, una madrugada de cambio de luna. Si te acercas antes de que amanezca, escuchas la respiración profunda de las anguilas que se fueron para no volver, las conversaciones entretenidas de los barbos de plata y anillos de rubíes en las entrañas. Y una nutria a la fuga. En sus huellas trepan escarabajos de élitros transparentes. Y libélulas de cuatro alas se sumergen en tus ojos, aunque el agua más pura es la deseada del Tajo.
A veces el Tajo deja su oro más fino en lo profundo de molinos mil veces cubiertos por crecidas que no somos capaces de imaginar. Luego, en primavera, al retirarse, deja un polvo fino, lavado por sueños de escamas y náyades. Si lo coges entre las manos, se escapa en un hilo fino, lluvia de seda perforada un millón de veces por los rayos del sol. ¿Recuerdas? El río sí lo recuerda, porque el río sólo es un ayer que viene y empuja, que sube y fluye, que desaparece y agoniza. A veces, entre esas arenas de oro, enlodadas en la ciénaga de agosto, me he sentado junto al derrumbe de los viejos castros vettones, entre pedazos de cerámica y cagadas de garzas. He dejado el sombrero a un lado, y con la navaja he cavado entre el granito hasta la promesa de arena limpia y brillante.
Otras, me he sentado a la sombra de un fresno y he contemplado el milagro. Pequeños galápagos brotando como lágrimas de coral de lo profundo de la arena. Una vibración, un rasguño sobre la superficie. Y a navegar hacia el agua. Si está lejos las recojo en la palma de la mano y las llevo hasta la orilla. Y veo cómo se sumergen en el agua. De la arena al agua. Entre medias el aire, mi mundo frío. Galápagos de oro.
A veces el Tajo se apiada de nosotros y nos regala una playa como un asombro. Arenal perdido y llorado de Talavera, refugio del estío y de las arenas de oro que ya no encuentran su sitio en esta Talavera. Se van lejos, con la corriente, huérfanas de su alameda y su orilla infinita. A veces el Tajo vuelve y nos regala. Y sólo podemos observar e intentar entender.