Los ríos son seres pacientes. Sus tiempos son otros. Duermen y un día despiertan. Y entonces ponen las escrituras de propiedad sobre el territorio y exigen que se les devuelva lo que es suyo. Pensamos que los podemos domesticar, encauzar, meter por canales, disminuir su sección, comprimirlos, desnaturalizarlos, despojarlos de sus llanuras de inundación… pero no. Siempre vuelven. Antes lo agradecíamos porque fertilizaban, depositaban arenas, limpiaban… Respetábamos sus ciclos, sus distancias y espacios. Ya no. Nos jactamos de memoria corta y creemos que los dominamos, y disponemos de su espacio. Planificamos urbanísticamente y construimos encima de ellos. Ejemplos sobran. Normalmente dotaciones públicas sobre o junto a arroyos temporales metidos por un mero tubo de desagüe. Total, si ya no llueve tanto como antes… ¿Pero qué pasa si es el Tajo?
El sábado de la crecida estuve recorriendo el muro de canalización. Comprobando cotas -a ojo-, y el comportamiento del río. Recuerdo las avenidas de finales de los años setenta y ochenta. También las de principios de siglo. Pero ésta, aunque nada tenía que ver con las de cuarenta años atrás, sí era superior a las más recientes. No me sorprendió la velocidad del caudal. Ni la fuerza con la que chocaba contra el Puente Viejo, con el ángulo forzado del ataque de la corriente, al contener el muro el parque de la Ronda del Cañillo. Sí que se quedara, a media tarde, a poco más de ochenta centímetros de saltarse el muro frente a Cabeza del Moro.
Lo que voy a contar no es novedad. Es algo bien sabido y conocido en Talavera de la Reina. Es parte de esa memoria amputada. Desde mediados de los años setenta del pasado siglo –casi desde las últimas crecidas del Tajo relevantes– se le ha robado al Tajo seiscientos mil metros cuadrados de cauce y riberas desde la presa de Palomarejos y el actual puente atirantado, sólo en su margen derecha, y hasta el Puente Viejo. En dos kilómetros de recorrido aproximadamente ha perdido de media una anchura de cauce y ribera de trescientos metros. De esos seiscientos mil metros cuadrados o sesenta hectáreas, ciento cinco mil corresponden a La Alameda. El resto, cerca de quinientos mil, al propio río y los Arenales.
He analizado los planos topográficos del XIX del Instituto Geográfico y Estadístico, las Minutas del Cartográfico, y sobre todo las fotografías aéreas de los Vuelos Americanos A, B y C (años 1945, 1956 y 1968); así como el Vuelo Interministerial de 1977 y el Nacional de 1984. Confieso que he dedicado horas a disfrutar con los Americanos. En ellos quedaron una Talavera y un Tajo que ya no existen, una ciudad cobijada junto a su río, al que dejaba espacio para expandirse, una playa magnífica de más de trescientos metros de ancho y dos kilómetros de longitud, que se refugiaba junto a un bosque de ribera punteado de sombras de chopos y sauces; y una alameda cuyo oleaje reposaba junto a la plaza de toros y la ermita del Prado, con la de San isidro emboscada en plena ribera. En 1977 ya se ha iniciado la urbanización del río. En los ochenta se empieza a consolidar la imagen que hoy conocemos.
Habrá quien piense que los tiempos cambian. Y que hay que cambiar con ellos. No sé lo que pensará el río. Y tampoco es cuestión de romanticismo. Robarle al Tajo la mitad de su cauce en la ciudad más peligrosa de España en lo que a inundaciones se refiere –confluencia Alberche y Tajo– no es algo a tomarse a la ligera. Y es que además de tener pintadas como urbanizables en el POM cientos de hectáreas en suelo inundable, tenemos construido sobre el cauce del río, no sobre la ribera, sino sobre el propio cauce del Tajo a su paso por Talavera, repito: la piscina de la Alameda, el recinto ferial, Talavera Ferial, el Parque de bomberos, el Supera, el campo de fútbol y las pistas de atletismo y de tenis, la mitad sur del parque de la Alameda… Todo lo edificado al sur de la calle Carlos Barral es Tajo. Todo el parque de la Ronda del Cañillo… Todo eso era/es el cauce del río Tajo a su paso por Talavera de la Reina. El muro de canalización se interna más de las dos terceras partes en el propio Tajo, comprimiéndolo contra la isla del Chamelo.
Con la desaparición de esos seiscientos mil metros cuadrados de Tajo, aparte de perder un patrimonio inmenso, al comprimir el río al estrechar dramáticamente su cauce y eliminar sus espacios de expansión, hemos aumentado su peligrosidad. Que se llevara el puente por delante no es una fatalidad. Es mera consecuencia. Que estuviese a menos de un metro de saltar el muro de encauzamiento con sólo 1.200-1.400 m3/s, algo muy preocupante. Ya he escrito que el informe de la Escuela de Caminos, Puertos y Canales de Ciudad Real, de hace más de dos lustros, dudaba sobre la posibilidad de que la canalización absorbiera la avenida de proyecto, 3.000 m3/s. Recuerdo que el borrador de Plan de cuenca del Tajo actual, estimaba para Talavera un caudal punta de crecida cada tres años y medio, de unos 2.500 m3/s, que luego rebajó. Y que el siglo pasado tuvimos al menos cuatro o cinco crecidas por encima de los 3.000 m3/s… y estaban los Arenales y la sección íntegra del río para darle salida. Y que sólo es cuestión de tiempo, cada vez menos, que el Tajo nos traiga una avenida seria, esta vez de verdad.
Más que mirar cómo arreglamos el puente, hace falta ponerse a trabajar en cómo se está comportando el Tajo en Talavera con la canalización que lo constriñe y acelera. Su capacidad/incapacidad de remover el lecho encementado por décadas de graveras y de caudal exiguo, su colmatación evidente. Tomárselo en serio.
Algo hemos hecho bien. Hemos sido capaces de mantener la desembocadura del Alberche, uno de los pocos entronques entre grandes ríos casi intacto en la Península. El único prácticamente, junto con el Guadarrama, en el Tajo, liquidados Jarama con un Tajo muerto, y Guadiela, Tiétar y Alagón sumergidos bajo embalses. ¿Sería posible recuperar los Arenales y la Alameda, el espacio robado al río, quitar de encima de su cauce tanto desorden urbanístico, vacío, hormigón y chatarra, a la vez que devolverle su espacio y con él mayor seguridad y tranquilidad para la ciudad, para el Puente Viejo? ¿Sería posible recuperar ese espacio que durante dos milenios mantuvimos intacto y protector, hasta el desarrollismo a toda costa de los setenta del pasado siglo? No lo creo. Talavera no está preparada para ese debate. Ni para afrontar errores pasados. Y menos urbanísticos. Mejor entretenernos en las consecuencias que en las causas. Eso es más talaverano. Pero da igual. Los ríos son seres pacientes. El Tajo lo es. Su tiempo es otro. Y sabe cuáles son sus lindes. Al tiempo.