En el fútbol, como en todo, la memoria y la ambición son compañeros inseparables. Los equipos conviven a la sombra de gloriosas épocas pasadas, mientras que los objetivos futuros se dibujan como metas ineludibles. Sin embargo, cuando el peso de la historia y la presión del mañana invaden de manera incontrolada e insana un vestuario, el presente puede diluirse. Y es precisamente en el aquí y ahora donde un equipo encuentra su verdadero potencial.
Al final, por mucho que queramos exigir desde fuera, los protagonistas siempre son los futbolistas, para lo bueno y para lo malo, y el jugador siempre pisa el césped con una mochila invisible. Algunos la cargan con la responsabilidad de defender un escudo imperial, otros con el ansia de demostrar, y unos cuantos con la necesidad de redimirse de un mal partido o una mala racha anterior. Pero cuando el pasado se convierte en ancla y el futuro en una amenaza, el equipo y su juego pierden o se alejan de su esencia. La toma de decisiones se nubla, las piernas pesan y la mente se convierte en un campo minado de dudas.
Los equipos que viven prisioneros de su historia (más o menos exitosa) a menudo encuentran difícil replicar sus hazañas. Recordar constantemente los títulos y gestas heroicas puede derivar en una presión autoimpuesta totalmente innecesaria y contraproducente, con la que cada acción parece estar comparada con una versión idealizada del pasado. La nostalgia, lejos de ser propulsora, se convierte en freno.
Por otro lado, la obsesión por alcanzar un objetivo, aunque no lo queramos, genera presiones. Los jugadores comienzan a pensar en el marcador final antes de empezar el partido o completar una acción. El margen de error se reduce y el miedo a fallar gana terreno.
Por todo esto, vivir el presente no significa olvidar el pasado o ignorar el futuro. Significa comprender que cada partido es una oportunidad irrepetible, llena de más pequeñas oportunidades en sí mismo. El talento se expresa mejor cuando la mente está despejada, enfocada en el siguiente pase, en el movimiento sin balón o en la cobertura defensiva inmediata. Es en ese estado de concentración, donde los automatismos fluyen y las decisiones acertadas emergen de forma natural.
Los entrenadores tenemos una responsabilidad clave en esta dinámica, pero no toda la responsabilidad. Por eso, entre todos, debemos invitar a los jugadores a disfrutar del proceso, no solo del resultado. A controlar la actitud, el esfuerzo y la aplicación táctica basada en los aprendizajes previos única y exclusivamente centrada en el momento presente.
En ese contexto, la confianza colectiva se convierte en un motor poderoso. Los errores no se magnifican, las victorias no embriagan y las derrotas no destruyen.
Para cualquier equipo de fútbol, vivir el presente es un acto de valentía. Significa soltar las cadenas del pasado sin renegar de él y enfrentar el futuro con determinación, pero sin permitir que lo incierto paralice. Porque, al final, el fútbol es un juego de momentos. Y quienes mejor los viven y dominan, son los que terminan escribiendo las páginas de un futuro que será presente, pero también pasado de manera inmediata.