Repasaba el eurobarómetro de la Comisión Europea con el que encuestó a los europeos, tratando de conocer qué idea tenían sobre la biodiversidad, al tiempo que elaboraba la Estrategia de la UE sobre la biodiversidad del Pacto Verde Europeo, que publicaría en 2020.
Resulta que más del 90 % de los ciudadanos europeos considera que es necesario proteger la naturaleza, pero el 59 % nunca ha oído (30 %) o no sabe qué significa (29 %) el término biodiversidad. El poco conocimiento de los españoles sobre la biodiversidad coincide con la media europea, pero como interesante particularidad, el 77% de los españoles- del 41% que sabe lo que es la biodiversidad, claro estácreen que es indispensable para la provisión de alimentos, frente a un número sensiblemente inferior de europeos, el 61 %.
Pensé que, quizás, los españoles somos más conscientes de la necesidad de tener presente a la agricultura y la ganadería, provisoras de alimentos, en los planes de restauración de la naturaleza, puesto que los ecosistemas agrarios están tan imbricados con los ecosistemas naturales que no hay frontera real que los mantenga separados.
Puede que a la biodiversidad sea mejor entenderla como algo inherente y consustancial a los ecosistemas, sin lo que no pueden funcionar ni pervivir, más que como un producto que se puede aumentar y acumular en la naturaleza. De esta diversidad biológica depende la interacción de las especies que lo habitan y el intercambio de energía y recursos que equilibran el sistema, así como la posibilidad de que este pueda adaptarse a los cambios para no desaparecer. De hecho, aceptar la variación como concepto epistémico ya fue objeto de un vehemente debate a principios del siglo XIX entre darwinistas y mendelistas, entre evolucionistas que defendían el mecanismo natural de la evolución ligado a la variabilidad de las poblaciones y entre esencialistas que defendían categorías cerradas y discontinuidades en la naturaleza.
La biodiversidad ganadera la reservan las razas autóctonas, ya que desde los sesenta del siglo pasado la necesidad de alimentación de la población, cada vez más urbana y menos ligada al territorio rural, dio paso a la mejora tecnológica y a la homogeneización de los sistemas de producción con pocas razas y altamente especializadas, a costa, indefectiblemente, de la variabilidad y de la capacidad de adaptarse a los cambios ambientales. Así, por ejemplo, el Catálogo Oficial de Razas de Ganado de España reconoce 39 razas autóctonas ovinas y 22 caprinas -que solo representan el 12,2% de las ovejas y el 14,5% de las cabras del censo de reproductoras- y 41 razas y variedades autóctonas bovinas que solo cuentan con el 16% del censo vacuno.
Por ello, en la recuperación de los ecosistemas agrarios y naturales, las razas autóctonas deben tener un relevante papel porque son la expresión de la adaptación de siglos a la complejidad de los territorios naturales. No solo transformando la biomasa vegetal en alimentos para los humanos, sino configurando la estructura de muchos paisajes, interaccionando con la diversidad silvestre, favoreciendo la polinización y contribuyendo a los flujos que mantienen los ecosistemas terrestres.