Al visionario presidente del Real Madrid, Santiago Bernabéu, ya en 1943, se le metió entre ceja y ceja que, para los nuevos tiempos y dimensiones que podía alcanzar el deporte del futbol, necesitaban un estadio grande, muchísimo más grande y con instalaciones modernas. En el viejo campo de Chamartín solo entraban 25.000 almas, la mayoría de pie, y muchos aficionados se quedaban fuera sin poder ver los partidos de su equipo. Así que un año después, junio de 1944, ni corto ni perezoso, compró los terrenos y emitió obligaciones de deuda para conseguir los fondos necesarios para construirlo con una garantía hipotecaria sobre las propiedades del Real Madrid. Toda una aventura financiera. Él mismo confiesa en 'Conversaciones con Santiago Bernabéu', interesante libro de Marino Gómez Santos para conocer al personaje, que la noche anterior a que salieran las obligaciones a la venta se la pasó en blanco, preocupado por si tendrían aceptación entre los aficionados merengues; salió de su casa muy temprano y se colocó sin ser visto en una esquina cercana al banco antes de que abriera y observó «cómo se formaba una gran cola en pocos minutos. Me di cuenta de que habíamos triunfado». Y comenzaron las obras del gran estadio que se inauguraría a finales del año 1947…
Mediodía del sábado 31 de agosto de 1946, con las obras del nuevo estadio de Chamartín viento en popa, un suceso conmociona a la opinión pública. Un grupo de atracadores, apostados en el camino que conducía a las obras del campo de futbol, portando armas de fuego dan el alto con aspavientos al vehículo en el que dos administradores de la empresa constructora Huarte y Compañía se dirigían a la obra con el dinero para pagar la nómina semanal de los trabajadores. Pero no obedecieron la orden, el conductor da un volantazo y acelera la marcha dando tumbos por los terraplenes; los atracadores abren fuego contra el coche y los dos empleados, Julián Muguerza y Manuel Catalán, mueren de resultas de las heridas. Los salteadores, sin conseguir el botín, se dan a la fuga.
La Brigada de Investigación Criminal, al mando del comisario Eugenio Benito Poveda, comenzó de inmediato con las pesquisas para una investigación que se presentaba muy compleja: ni referencias o indicios que pudieran aportar pistas y ningún testigo del suceso que diera algún dato.