El avance de la Reconquista y repoblación de los territorios de la Meseta sur, especialmente en La Mancha, va ligado a la vid. El viñedo sirve como mecanismo para fijar población en las inciertas rayas fronterizas del siglo XII otorgando privilegios -en especial liberando de pagar todo género de tributos- a todos aquellos pobladores que «hicieran casa y plantaran dos aranzadas de viña» (una aranzada es media hectárea corta), que posteriormente prorrogaron otros maestres y reyes en épocas de estabilidad. Por tanto, su cultivo se expande mucho y así en los siglos XVI, XVII y XVIII los vinos 'manchegos' abastecen con cierta fama a la corte por su cercanía y buenas comunicaciones. En Cervantes tenemos exactas referencias sobre estos vinos.
Pero la gran revolución en cuanto a la extensión de su cultivo y en la modernización de la elaboración y comercialización vendrá de la mano de Francisco de las Rivas y Ubieta, industrial, empresario, comerciante, naviero y político montañés, prototipo de hombre hecho a sí mismo y en constante evolución en sus negocios, muy lejos del modelo del burgués rentista de su época, al invertir a mediados del siglo XIX una buena parte de su enorme fortuna en comprar tierras para viñedo en la provincia de Ciudad Real, construir bodegas e implementar en ellas técnicas de producción modernas y redes nacionales de comercialización. Se puede considerar el pionero de la industria vitivinícola en La Mancha y por esos méritos, el 25 de noviembre de 1867, la reina Isabel II le concedió el título de marqués de Mudela.
A Francisco de las Rivas y Ubieta, primer marqués de Mudela, se le conoció también por «el Colón de la Mancha», mote que le puso el escritor José Ortega Munilla, padre de Ortega y Gasset y director del diario El Imparcial, por haber descubierto La Mancha como la gran región del vino en la Península Ibérica. A su muerte, 1882, publicó en el periódico un sentido artículo en el que ensalzaba su faceta de visionario viticultor al «adivinar bajo las caldeadas y estériles llanuras de La Mancha ríos de savia y oro [...] Hizo fecunda a la misma esterilidad. Cubrió de verdes pámpanos el clásico arenal por donde pasearon D. Quijote y Sancho su locura y su buen sentido. Este siglo, naturalista por esencia, no puede menos de poner una corona en esa tumba donde yacen los restos del Colón de la Mancha».