Miguel Ángel Collado

Alma Mater

Miguel Ángel Collado


Gestionar malos resultados

23/09/2024

Los Juegos Olímpicos de París han resultado un éxito de organización, resultados deportivos y público, con más de nueve millones de entradas vendidas. Ha sido una puesta en escena espectacularmente televisiva, con una promoción extraordinaria de la ciudad y con unos desempeños deportivos de determinados deportistas individuales y colectivos que quedarán en la memoria de quienes los vieron. Es cierto que no ha sido todo perfecto, como sucedió con el alojamiento de los actores principales, los deportistas, la polémica sobre el Sena o las incomodidades de transformar la capital en un set de televisión, pero eso se ha compensado en términos de nación por la alegría y el orgullo de los ciudadanos de toda Francia.
En su valoración, el presidente Macron ha destacado, entre otras consideraciones, la herencia inmaterial que dejarán los Juegos y que consiste en la constatación de la capacidad para trabajar juntos más allá de la tradicional división entre los parisinos y los habitantes del resto del país o entre las administraciones públicas y el sector privado. 
En las imágenes de los deportistas hay dos extremos, por una parte, el de quienes alcanzaron éxitos, algunos realmente extraordinarios e inolvidables para todo el mundo o, incluso de quienes, sin llegar al oro, obtuvieron un resultado inesperado y por otra, el de quienes se derrumbaron, al no poder obtener la medalla esperada por una caída en un ejercicio, un error en un partido o ser superado en un combate por otro competidor. Ello ha generado inmediatamente, salvo excepciones, un sentimiento de empatía, de condolencia hacia quien no ha obtenido la medalla o el diploma olímpicos. Ciertamente esta situación puede ser frustrante y de ahí la solidaridad de la ciudadanía, acentuada porque el no éxito es público. Para él o ella, es el final de un ciclo que, en algunos casos, abre uno nuevo con el objetivo puesto en Los Ángeles; en otros, por la edad, ya no habrá más oportunidades aunque les quede el consuelo, no siempre suficiente, de que han logrado ser olímpicos, han podido estar en París como habían soñado desde la infancia.
Pero hay otros no éxitos que no son menos graves y que, por ello, requieren que el afectado gestione un trance también muy frustrante. Aprobar una oposición es una cuestión esencialmente de trabajo, constancia y esfuerzo pero no solo eso, también influyen el azar y la fortuna en cuanto a los temas que salgan en el o los ejercicios, sin olvidar, por supuesto, la propia capacidad personal y la de los otros opositores. Hace falta una notable fuerza de voluntad para estudiar regular y constantemente un gran número de horas, las precisas por otra parte pues también en la preparación de la oposición juega la llamada por los economistas ley de la utilidad marginal decreciente.
Preparar una oposición supone emplear mucho tiempo, dependiendo de la dificultad serán tres, cuatro años como mínimo y eso si se aprueba a la primera, período en el que el opositor ha de saber gestionar los rigores de su autoexigencia y hacer frente al temor al fracaso. En el caso de suspender una vez, dos…se le plantea una decisión complicada: ¿continúo o me retiro? La respuesta no es, en absoluto, sencilla, y cuantos más años lleve preparando la oposición, más dramática es. Habiendo dedicado 4, 5, 6 años a la preparación, las preguntas se acumulan contrapuestas en su mente mientras se aferra al borde del abismo: ¿no será que tengo una grave falta de capacidad?, ¿para qué me ha servido tanto esfuerzo?, ¿voy a tirar estos años por la borda? Es una presión y una ansiedad que recaen sobre el opositor pero también sobre su familia y su círculo más cercano, ansiedad que no pocas veces se transforma en angustia vital. Se abre la esclusa de sentimientos como tristeza, frustración e, incluso, depresión.