-El mote y el nombre me vienen de mi padre. Y a mi padre del suyo. Bernardo, el Cansao, así apodaron a mi abuelo cuando llegó a Talavera desde Santa Olalla para trabajar en 'ca' don José Mingoranz, que tenía el servicio oficial de los camiones Ford, en el taller de las carrocerías. Era un buen herrero, pero según parece un poco bigardo –asegura entre risas-. Y ya sabes como eran esas cosas… ¡Remoquete al canto! Y buena persona a carta cabal. Él lo que quería en realidad era ser artista.
-Me contaba que en muchas ocasiones actuó por los pueblos de la comarca. Donde más en Belvís de la Jara, en el Teatro Acacio. Allí tenía buenos amigos aficionados: Hortensia Fernández, Lola Martín, Constancio Peño, Florián Bodas y sobre todo, Paquito Agudo, que en su casa es donde paraba. Muy buena amistad, si señor, muy buena. Te hablo de los años del hambre… –aclara sacudiendo la cabeza y alzando las manos.
-Bernardo, yo lo que quiero es que me hables del velomotor – lo interrumpo, mientras pido otras cañas, porque Bernardo, el Cansao, fue el primero que tuvo en Talavera un velomotor moderno. Pero como quien oye llover, antes repasa la lista de estraperlistas talaveranos, que da para otro par de columnas, y acto seguido la de sus achaques que es mucho más larga.
-El velomotor lo compré en El Buen Pespunte, cuando El Buen Pespunte estaba en la calle Carnicerías, en el número nueve, un G.A.C., Garate, Anitua y Compañía S.A., de Eibar –recita de memoria- Tres velocidades y cambio en puño. Gris perla con una rayita roja. Me enamoré de él en cuanto lo vi en la tienda, un día que fui a ver las máquinas de escribir, colocado justo delante de las bicicletas Fénix Stara. No me dejaba dormir. ¡Ocho mil quinientas pesetas! ¡Una fortuna! ¿Tú sabes en aquellos tiempos lo que se tardaba en juntar un billete verde? Lo fui pagando a plazos durante dos años. Incorporaba como tecnología punta un cilindro de aleación ligera recubierto de cromo. ¡El no va más!
-Cuando se lo planteé a mi padre, que en Gloria esté, me soltó: ¿Tú te crees que eres hijo de don Félix Moro? Y claro que no lo era, pero me compré el velomotor. ¡Con dos cojones! –sentencia con orgullo.