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Escribir sobre el escultor Alberto Sánchez en el año 2012, cuando se cumplen cincuenta años desde su muerte en Moscú, es una metáfora de los nuevos tiempos. Ni una exposición, ni un mal ciclo de conferencias, ni un solo testimonio conmemorativo -a excepción de un pequeño recordatorio por parte de la Real Fundación el pasado mes de octubre, cuando se cumplió la fecha exacta del aniversario- le ha sido dedicado por las instituciones culturales de la ciudad al artista toledano que mayor proyección internacional ha tenido no solo durante los últimos cien años, sino probablemente desde hace algún siglo más.
Sería un error pensar, no obstante, que Alberto Sánchez es un creador olvidado en Toledo. Durante los últimos treinta años le han sido brindados varios homenajes (hijo predilecto de la ciudad en 1995) y exposiciones (Museo de Santa Cruz, 2002), y un instituto de la ciudad está bautizado con su nombre. La plaza de Barrio Nuevo posee una réplica a pequeña escala de su obra El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella (a la izquierda de estas líneas), también reduplicado en gigantesco formato frente al Museo Reina Sofía de Madrid, y hay un monumento en el paseo de la Vega realizado a partir de la escultura que dedicó, en sus orígenes, a doña María de Padilla. ¿Cuál ha sido, por tanto, la causa de este olvido? ¿Es posible echar la culpa a la crisis para justificar la ausencia de un pequeño homenaje en una fecha tan significativa, o es que hacerlo recordaría a los toledanos que el Museo de Arte Contemporáneo duerme el sueño de los justos desde hace más de diez años? ¿Ha bastado con los homenajes a Alberto Sánchez o hubiera hecho falta por parte de las instituciones un esfuerzo mayor para hacer llegar su obra a la ciudadanía? Son preguntas difíciles de responder, pero en ellas hay una doble evidencia: la Casa de las Cadenas permanece cerrada y el Museo de Santa Cruz avanza, sin plan museográfico definitivo ni respaldo institucional, hacia un futuro incierto.
Es habitual escuchar por parte de los representantes políticos de esta ciudad el discurso de que Toledo es una inmensa enciclopedia en cuyas páginas puede resumirse una historia de la arquitectura y de las artes plásticas en España. No es cierto. Hace mucho tiempo que la ciudad no aporta representantes artísticos con peso específico en el contexto nacional e internacional, y quienes sí lo han tenido -Valeriano Salvatierra fue una excepción en el siglo XIX y Rafael Canogar, como Alberto Sánchez, lo fueron en el XX- solamente hicieron carrera a distancia de sus murallas.
Alberto, según planteó Pablo Picasso en una ocasión, formó parte de esa casta de españoles que «rompieron con el conformismo reaccionario». Lo hizo desde orígenes humildes y con unas convicciones tremendamente sólidas. En tiempos en los que vivimos, sumamente difíciles para la creación cultural, eso solamente debería bastar. Un profesor de arte dijo hace no mucho tiempo que nada diferenciaba la escultura urbana de los nuevos barrios de Toledo de las concepciones monumentales de Alcorcón, Móstoles o Leganés, bastante apartadas del standard de Ciudad Patrimonio de la Humanidad... Desde esta Toledo que en 2012 no ha recordado a AlbertoSánchez, sirvan estas páginas como homenaje.