Alberto Sánchez, «cal viva» de esta ciudad

ADM
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Toledo fue su referente más temprano, pero un momento esencial para su formación junto con su etapa de estudios en Madrid

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Murió en Moscú en 1962 y sus restos descansan en el cementerio de Viedénskoye, el mismo en donde diez años después le acompañaría el eminente médico español Juan Planelles Ripoll, descubridor de la vacuna contra la disentería. Son alrededor de 3.500 kilómetros y hay una decena de países europeos entre ambas ciudades, pero hubo algo de Toledo, que fue mucho, entre las escasas pertenencias que Alberto Sánchez llevó consigo cuando, a finales de la Guerra Civil, sus pasos se encaminaron hacia la Unión Soviética.

«Él consideraba a la infancia el momento más importante para el desarrollo creativo de cualquier artista», recuerda haberle escuchado decir su hijo, Alcaén Sánchez. Alberto llevó durante toda su vida de la ciudad de Toledo la tahona y la fragua en las que trabajó de pequeño, y la configuración ardiente y pelada de sus contornos. Durante un viaje a Moscú en los años cincuenta, Rafael Alberti le dedicó un poema en el que hablaba de él como «cal viva de Toledo, crudo / montón de barro, arcangelón rugiente / contra un violento, tórrido, inclemente / Apocalipsis del horror / grecudo». Las referencias a la ciudad continuaron en los versos siguientes: «A ti, al que el Tajo en su correr agudo / le arrojó el mejor canto de su frente / y un pájaro de piedra transparente / centró en el hueso mondo de tu escudo. / A ti, aunque cerca, pero tan lejano / hoy de aquel frío infierno castellano, / de aquel en sombra sumergido ruedo, / vengo a decirte: A caminar, hermano. / Que muy pronto en la palma de tu mano / con nueva luz se amasará Toledo».

Alberto no solamente recordaba de su ciudad natal imágenes tan poderosas como las momias de la iglesia de San Andrés o la identidad terrosa de sus alrededores, paisajes como el de su obra Campamento gitano en Añover de Tajo, sino que aquí se hicieron realidad sus primeras experiencias con la materia y el volumen, obras como el Cid Campeador y Doña María de Padilla, ambas conservadas en la Diputación, exponentes tempranos de un artista en ciernes que ya había comenzado a interpretar con nuevos ojos las tradiciones.

Alberto creó la Escuela de Vallecas y, por extensión, de las llanuras situadas al sur del municipio madrileño. Llevó consigo de la ciudad al Greco y la necesidad de libertad. En Madrid depuró conceptos, intimó con Federico García Lorca y visitó una y mil  veces el Museo del Prado, muchas de ellas con Alberti, el mismo amigo que llegó a considerarle, en el mejor de sus homenajes, «cal viva» de esta ciudad.

Toledo en tres obras de Alberto. Campamento gitano en Añover, el Cid Campeador y Doña María de Padilla son tres obras característicamente toledanas de Alberto Sánchez. La primera, aunque posterior a las otras dos, porque recoge los campos pelados situados en las inmediaciones de Toledo. Las otras, porque son dos de los escasos ejemplos de esculturas tempranas que realizó. En ambas, volúmenes compactos, algunos especialistas han querido identificar el conocimiento de algunas aportaciones de vanguardia, principalmente el Cubismo. Especialmente presentes, en aquel momento (la década de los años veinte), debían de estar en la memoria del escultor las vistas de la Antequeruela de las cuales disfrutaba Alberto Sánchez desde el Casco Histórico: «Este poblado visto desde el Miradero de la ciudad constituía un espectáculo para los turistas, pero a mí particularmente me gustaba tanto que casi siempre venía a este sitio a contemplar los tejados de tejas árabes cubiertas de polvo castellano, que a mí se me antojaba estar revestidas de pieles de lagartos de distintos colores, verdes, secados al sol».

Francisco Rojas: «Fue el Henry Moore español». «Evidentemente, no pude conocer a Alberto Sánchez en persona». El pintor toledano PacoRojas, fundador del Grupo Tolmo (que dedicó al escultor su primera exposición orquestada desde la ciudad de Toledo), supo de su aportación en vida del propio artista, a partir de finales de los cincuenta. «Para mí, Alberto Sánchez es una especie de símbolo, una figura por la que siento admiración, orgullo y cariño, porque fue un artista fundamental, un anticipo de lo que después sería Henry Moore». Paco Rojas no puede evitar pensar que si la peripecia vital de Alberto hubiera sido diferente, y sus pasos se hubieran dirigido no a la URSS, sino a destinos artísticos como elReino Unido -donde nació y vivió Henry Moore-, hoy su obra tendría una proyección internacional totalmente diferente. «Tenía una forma de crear absolutamente propia, desconectada por completo de lo que se hacía entonces: pura intuición artística, de lo que se dieron cuenta quienes le conocieron en el Madrid de antes de la guerra». PacoRojas ha estudiado los pasos dados por Alberto. Sabe de sus orígenes humildes, su etapa de formación en la capital gracias a la beca de la Diputación de Toledo y su marcha a la URSS como profesor de los ‘niños de la guerra’. No en vano, fue el autor de la presentación del catálogo de la exposición de 1974, un homenaje que le rindieron artistas como Barjola, Barón, Caballero, Canogar, Chillida,Chirino,Equipo Crónica, Francés, Muñoz, Palazuelo, Serrano, Saura, Sempere... «Puede que me deje algún nombre, pero, desde luego, allí estuvieron los artistas más importantes del momento». El volumen contó con el célebre soneto que Alberti dedicó al escultor en los años cincuenta. «Y un texto del arquitecto Luis Lacasa, que era pariente de Alberto por parte de Clara Sancha, su mujer. Naturalmente, conocí a Clara. Y a Alcaén, su hijo». Paco Rojas lamentó en los años setenta que Benjamín Palencia -creador, con Alberto, de la Escuela de Vallecas- no hubiera hecho más en vida para recordar a su compañero. En la actualidad, traslada esta demanda a los responsables del Museo de Arte Contemporáneo de Toledo, donde se conserva parte pequeña pero significativa de su producción: «Es una auténtica vergüenza que lleve tantos años cerrado».