Alcaén Sánchez: «La exposición de las obras de mi padre en la Casa de las Cadenas era magnífica»

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El único hijo de Alberto Sánchez se acuerda de su trayectoria

Alcaén Sánchez: «La exposición de las obras de mi padre en la Casa de las Cadenas era magnífica»

ademingo@diariolatribuna.com

Alcaén Sánchez Sancha (Valencia, 1937), único hijo de Alberto Sánchez, está acostumbrado a explicar tanto la originalidad de su nombre como la complejidad de su acento. El primero es la característica tierra arcillosa de la comarca de la Sagra y por tanto el mejor homenaje que un escultor podría brindar a su propio hijo, sobre todo cuando se encontraba a las puertas del exilio. El segundo es el habla particular de alguien criado en Moscú y estudioso de la lengua árabe, un hombre que conoció a su padre «como un gigante, como lo vería cualquier hijo», y cuya percepción se iría acrecentando año tras año con el interés por sus creaciones como artista.

¿Qué recuerdos tenía Alberto Sánchez de Toledo en Moscú?, le preguntamos. «Todo. Mi padre lo recordaba todo. Tenía una prodigiosa memoria visual y era capaz de recordar hasta el más mínimo detalle de sus andanzas en Toledo durante la infancia y la adolescencia, que eran los momentos a los que él daba mayor importancia al hablar del proceso de formación del artista». Al interés por las tierras de sus alrededores, según Alcaén Sánchez, se unió un gran interés por el Greco, «cuya representación tormentosa de Toledo, según fuentes tan autorizadas como las del Museo Pushkin, es la mejor de la historia». Nuestra conversación recorre los lugares de la biografía de Alberto Sánchez. De Toledo avanzamos a Madrid, cuyo Museo del Prado su padre recorrió muchas veces, solo o en compañía de amigos como Alberti. «Le interesaban los clásicos, por supuesto, pero también estaba al corriente de todas las propuestas novedosas que se hacían en el Madrid de los años veinte».

Con gran orgullo, Alcaén Sánchez recuerda cómo su padre era muy querido por los jóvenes artistas. Ya en guerra, realizó para la Exposición Universal de París de 1937 (la misma para la que Pablo Picasso hizo el Guernica) una de sus obras más representativas, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella.

«Era muy querido, sí, pero allí en absoluto conocido. No era más que ‘el escultor Sánchez’. Sin embargo, su fidelidad a la República le permitió codearse con grandes intelectuales y artistas, como Miró, Giacometti, Bretón, Lipchitz... Ah, y Fernand Léger -el reconocido pintor francés-, que le regaló a mi padre el cuadro que él quisiera llevarse de su estudio. Aunque muy azorado, eligió uno de pequeño formato que se quedó en el estudio del chileno Lucho Vargas. Después no se supo qué fue de él...». De todas estas figuras, «tengo que referirme especialmente a Picasso, por quien Alberto Sánchez sentía una enorme admiración, y a quien consideraba, con Benjamín Palencia, uno de los mejores artistas plásticos de todos los tiempos».

Alcaén Sánchez recuerda las visitas que su padre recibía en su domicilio de Moscú, y también la larga lista de amistades que tuvo entre los artistas soviéticos de la época. También los muchos homenajes recibidos tras su muerte en España, varios de ellos en la ciudad de Toledo, «que en el año 1995 le nombró hijo predilecto a título póstumo y que se ha portado siempre muy bien con mi familia».

Le preguntamos si le agradaría que este homenaje pudiera cristalizar en la creación de un museo dedicado a la figura de su padre. Cauto, Alcaén Sánchez responde: «Un museo exige la elaboración de un proyecto y unos gastos de mantenimiento y conservación considerables. ¿Un museo dedicado solamente a Alberto Sánchez...? No sabría qué decirle, aunque recuerdo que Toledo expuso durante un tiempo una selección de sus piezas en la Casa de las Cadenas, el Museo de Arte Contemporáneo. Eran obras magníficas. Me daría con un canto en los dientes si ese espacio se recuperara...».