Toledo en verano es calor, bochorno, sopor, noches tropicales, a veces con una leve brisa, ya de madrugada, que alivia las altas temperaturas que agotan los cuerpos e incluso hacen desfallecer las mentes. En este endiablado clima que nos ha tocado sufrir, en el cine encontramos un oasis donde celebrar que estamos de vacaciones, o no, que los días son más largos y que, a pesar de todo, hay que disfrutar al aire libre. Eso sí, al caer la noche. Ahí está el encanto.
Los cines siempre han formado parte de la esencia de Toledo. Muchos recordamos el Moderno, el Imperio, e, incluso, el Alcázar, todos ubicados en el Casco Histórico, ofreciendo esas dobles sesiones que transmitieron un mundo de ensueño a nuestros padres, en unas películas del Hollywood dorado, algunas imposibles de realizar en la época actual donde todo está mal visto y ofende a los que antes se quejaban de la rígida censura franquista. La decadencia del Casco también vino marcada por el cierre de esas entrañables salas. Los toledanos, amantes del séptimo arte, de la zarzuela y de la música, en general, se iban quedado huérfanos de pasiones. Nadie le dio importancia a este hecho, pero, les aseguro, queridos lectores, que esos cines, con acomodadores y sin móviles, forjaron el carácter de muchos de nosotros, trasladándonos a lugares míticos, poblados de actores guapos, actrices espléndidas y mujeres de armas tomar, que, casi siempre, sucumbían al amor.
Junto a esas salas, estaba el cine de verano por antonomasia: el de la Fábrica. ¡Cuántas pipas hemos comido quienes nacimos en la década de los sesenta y los setenta! Y qué cantidad de veces hemos visto a Sissi, a los pistoleros del spaghetti western y a héroes de aventuras, mientras buscábamos esa estrella fugaz que surcaba el cielo de agosto. En los cortes, escuchábamos a Demis Roussos o a Manolo Escobar en nuestro camino al bar. Y venga a pipas. El cine de la Fábrica, arrasado en los primeros pasos de Vega Baja, es uno de nuestros patrimonios perdidos. Ojalá la vuelta del estadio Carlos III, el del Santa, se complete con el regreso de ese espacio que acogió tanta humilde felicidad.
Después, llegó el cine de verano del Miradero. No recuerdo si hubo más iniciativas similares antes de llegar al actual, ubicado en el Parque de las Tres Culturas, que, afortunadamente, ha sobrevivido a la pandemia y ha resurgido para alegrarnos este estío toledano. Yo, la verdad, añoro los musicales al aire libre y prefiero películas de toda la vida, que te hagan pasar el rato, antes que estrenos actuales. Pero es imprescindible gozar de esas proyecciones mágicas que tiñen las noches de Toledo de comedias, dibujos animados o historias fantásticas.
Leo que en el flamante Corral de Don Diego es posible que se instale un cine de verano. Ojalá sea cierto. Refugiarse en un mundo inventado a veces es la única manera de salir airoso de la tremenda realidad que nos sacude. Bendito cine.