Viendo el espectáculo de la entrega de llaves de las viviendas andaluzas, se puede llegar conocer, sin otra consulta de datos, lo nimio del bagaje de Pedro Sánchez en su política de viviendas. El hambre de resultados reales en la construcción de este artículo de primerísima necesidad es tal que, ante un puñado de viviendas construidas por un ayuntamiento, se congrega la mitad del gobierno de España con su presidente a la cabeza.
Imagino que verían ese grotesco, pueril y vacuo, pero expresivo espectáculo, que organizó hace unos días en Sevilla el presidente del gobierno, al que se llevó a la ministra de Hacienda, a la de la Vivienda, etc. y al que también asistieron el presidente de la Junta de Andalucía, algún consejero de su gobierno y el alcalde de Sevilla. El sainete consistió en la entrega de 218 viviendas de promoción pública, sobre las que deben tener competencia todas las administraciones representadas.
En la tribuna de presidencia había más autoridades que viviendas a repartir, por lo que no debieron tocar a una por autoridad, en lo que a fotos se refiere. En el acto, nuestro presidente, con la desvergüenza que le caracteriza, alabó la ley de vivienda hecha por su gobierno como causa de la magnitud de la entrega hecha. Obviamente, para cualquiera que no sea simple integral, el acto demostró por sí solo, todo lo contrario de lo que mintió sin pudor alguno el presidente. Porque si de verdad la ley de vivienda no fuera una verdadera catástrofe para los interesados en el sector, 218 viviendas las hubiera entregado el concejal del barrio de Sevilla donde se construyeron. Porque 218 viviendas no tienen otra relevancia que la de un barrio de una ciudad de las dimensiones de Sevilla.
Pueden deducir lo inane que se encuentra el presidente de realidades que ofrecer, cuando moviliza a media España, televisiones y demás medios de prensa, para entregar tan insignificante número de viviendas. La alegría de los premiados, esos pocos que tuvieron la suerte de conseguir el premio, pregona lo que decimos, porque es más difícil hoy día, gracias a la ley de viviendas de este gobierno, que toque una vivienda que un premio gordo de la lotería.
El presidente, como hace siempre –realmente es lo único que sabe porque se lo componen otros- es soltar frases de esas que no significan nada pero enardecen a la parroquia seleccionada, para extasiarse en el aplauso. No me digan que no queda bien esa frase de «una vivienda es un derecho irrenunciable y no un objeto de inversión de los fondos buitre». Pues, hombre, lo mismo puede decir de la alimentación, de la medicina, de la educación, pero lo cierto es que todo eso cuesta dinero y sin nadie que invierta ni hay viviendas, ni supermercados, ni hospitales y colegios, sean particulares o sea el estado; solo que si el inversor es el estado, nos sale más caro.
La realidad es tozuda por muchas frases ingeniosas que le escriban y son muchísimos miles de ciudadanos que son dueños de una vivienda y, ante la inseguridad de los arrendamientos, no se atreven a sacarla al mercado. No hablemos ya de su construcción, que hay que tener valor para levantar un edificio para que sus protegidos los ocupas lo destrocen… y, el mal camino no conduce nunca a parte buena…