Por ello, sobre todo en la parte final de la cadena consumidor, que le cobran en demasía, sabiendo que al productor se le paga una «milésima» parte de lo que él paga en una copa de vino en cualquier establecimiento, y más en los que se autodenominan vinotecas, enotecas o algo así moderno. Siendo esta idea un no crecimiento en el sector, no para el conjunto general, sino que incide sobremanera para la parte quizá más dura y menos atractiva que rodea al vino, que es la que se realiza en los campos, porque se ven poco premiados a tanto esfuerzo que realizan en las vides, desde el arado de sus suelos, la poda en los tiempos de más frío, junto a lo que llaman poda en verde o vendimia en verde, que tampoco la compensan de la manera que se debiera, y por supuesto, la dura tarea de la vendimia. Por lo cual, el sector en su conjunto debería hacer un examen de autorregulación, que abarcase a todos los agentes implicados en ello, y podría servir esta acción como ejemplo para los demás productos de la agricultura en general, como el sector de los cereales, de los frutales, o cualquiera de los demás productos, que, en verdad, existen unas graves y duras diferencias, entre los beneficios que puedan recibir de una manera igualitaria y realmente beneficiosa, para todos esos agentes. Desde los primeros, que son realmente los que más sufren estas situaciones, por los incrementos de los costes a sus producciones, derivadas quizás de elementos externos como los combustibles, los productos fitosanitarios, las semillas, los abonos o los fertilizantes. Además de las regulaciones y su seguimiento, en la burocracia leonina impuesta por las administraciones, que no solo no ayudan o acompañan, sino que son todo lo contrario, en verdad. Esta parte de la ecuación del sector del vino, en concreto la de los productores, sobre todo los más pequeños es la más sensible y vulnerable, ahora que se lleva tan de moda esta palabra. Y después, hay que añadir en todo ese conjunto sobre la implicación de la autorregulación que se debiera dar, donde tienen que estar los elaboradores del vino, es decir las bodegas, que deberían ser conscientes y solidarias con la realidad de la economía del conjunto, y por supuesto, la red de los comercializadores que, en muchas veces son los propios elaboradores del vino también. Pero, ciertamente muchos de esta parte de la ecuación es la parte, que aprieta a que el sector en esencia no esté creciendo, no solo en la producción sino en el consumo, que está realmente bajando paulatinamente, cada vez más y más rápido, haciendo que el vino como producto, por ejemplo, en España, siga siendo un elemento casi exótico y altamente desconocido por el público en general, que incluso lo tiene mitificado en su esencia de un producto asociado al lujo a los snob que entienden de vino. Muy marcado por dos aspectos, uno el de poner un precio alto a algo que realmente no vale tanto, y después, no ser corresponsable de controlar también a los establecimientos de hostelería indicando, que, si moderasen más los precios en sus copas finales de vino, el consumo seguramente sería mucho mayor, y habría más beneficio para todo el sector…