El sistema público de Correos de Dinamarca ha anunciado que dejará de entregar cartas, lo que marca el final de una época para el sistema postal del país. A partir del 1 de enero de 2026 el servicio quedará cancelado. Esta medida podría plantear problemas de accesibilidad a las personas de mayor edad aunque en el país escandinavo, donde más del 90% de la población se relaciona digitalmente con las administraciones públicas, la supresión debería ser menos traumática. La decisión responde a un criterio económico debido a que el volumen de cartas enviadas ha disminuido hasta tal nivel que el servicio de entrega clásico desde hace siglos no es sostenible financieramente.
Escribir una carta, cuando se hace a mano, es un placer para quien desliza el bolígrafo, o aún más la pluma, sobre el papel pero también es una manera de expresar sentimientos y emociones, de mostrarse uno mismo con su caligrafía elegante o retorcida, de trasmitir pensamientos, anhelos, preocupaciones con unos trazos pausados, serenos o con una mano acelerada, apasionada o trémula. Un manuscrito es darnos a nosotros mismos por medio de la habilidad o la torpeza diseñando las letras, formando los signos ortográficos. Cada tipo de letra, más esbelta o basta, más elegante o más vulgar, tiene su personalidad que no siempre coincide con la del escritor, pero sí es una parte de este que se entrega al lector. La caligrafía nos fotografía por los detalles, cuando estamos tranquilos la escritura aparece calmada, serena; cuando nos encontramos inquietos, la intranquilidad se refleja en el trazado de las letras que parecen agitadas. Incorpora a las palabras una porción de nuestra personalidad en cada trazo; la tinta del bolígrafo o de la estilográfica o el grafito del lápiz dejan una huella única que revela cómo somos.
Y para el destinatario siempre es una emoción recibir la carta. No sabe qué se le quiere decir hasta que la abre e, incluso cuando intuye su contenido, mientras está rasgando el sobre siente el pálpito de la incertidumbre. Disfrutará, saboreándolo lentamente, el dibujo que enmarca el texto que le hace llegar buenas nuevas o sufrirá una desazón por un mensaje negativo o insatisfactorio que le generará, incluso, rechazo hasta de la belleza caligráfica en la que se refugia el mensaje. En todo caso, sea cual sea lo que se le comunica, experimenta una emoción que se inicia cuando recoge la carta en el buzón hasta que lee la última línea. Se activan muchos sentidos, la vista no solo por lo escrito sino por la blancura o el brillo de la cuartilla o del folio, pero también el olfato, el tacto, el oído: las hojas de papel tienen un olor diferente y su textura y su gramaje transmiten sensaciones diversas, al igual que es distinto el sonido de cada una de ellas; los papeles tienen su estética, su belleza es diferente de unos a otros. Las palabras escritas sobre el papel emocionan de forma permanente.
Ahora prima la inmediatez, lo digital incrementa la velocidad y también la facilidad de las comunicaciones gracias no solamente ya a los portátiles sino cada vez más gracias a los teléfonos inteligentes y las aplicaciones que en unos y otros dispositivos convierten audios en textos escritos instantáneamente. Se escribe muchísimo más y en menos tiempo, en correos electrónicos privados y en mensajes públicos a través de las redes sociales. Pero incluso esos correos privados carecen de la complicidad, de la intimidad que quien escribe comparte con quien le lee.