En el Casco histórico de Toledo hay cuestas. Lo advirtió Quevedo (no el cantante, el escritor): «Vi una ciudad de puntillas/ y fabricada en un huso/ que si en ella bajo, ruedo/ y trepo en ella, si subo».
Habrá toledanos que no quieran vivir en el Casco por esta razón, aunque eso es algo que podrá decir un toledano del Polígono o de Santa Teresa. Si lo dice alguien de Buenavista, La Legua o Valparaíso pues, no sé a usted, pero a mí me da la risa.
Las calles del Casco son estrechas y están empedradas y habrá quien vea en ello un problema. «Nosajodiobolo», ¿y qué hacemos?, ¿ensanchar Hombre de Palo?, ¿asfaltar Alfileritos? Pues va a ser que no.
Hay aspectos del Casco que para algunos son una razón para no vivir en él. Para otros, esas características forman su esencia y conforman su belleza. No son problemas a solucionar, sino virtudes a conservar.
Sin embargo, sí hay actuaciones que se pueden y se deben realizar para remover obstáculos que hacen que, a personas a las que les gustaría vivir en el Casco, no se planteen vivir en él.
Porque si hay personas que no se quieren mudar al Casco porque el precio y la burocracia de reformar una vivienda es desorbitado, ahí tienen que actuar las Administraciones reduciendo burocracia y con ayudas económicas suficientes.
Si hay gente que no quiere vivir dentro de la muralla porque hay poco aparcamiento, las Administraciones tienen que responder creando más estacionamientos públicos y restringidos a residentes.
Hay toledanos que no quieren ser vecinos de intramuros por el turismo y, aunque no se puede evitar que tanta gente quiera visitarnos (bienvenidos ellos y su parné), las Administraciones tienen que garantizar una convivencia entre vecinos y turistas.
Si usted no quiere vivir en el Casco, usted se lo pierde, pero que sea porque no quiere, no porque haya inactividad de las Administraciones para remover lo que sí son problemas del Casco y no atributos de su esencia.