Cuando le cuento a alguien que vivo en el Casco histórico de Toledo, el 99% de las veces la reacción del interlocutor es la misma: «¡qué bonito!» Y el 99% de las veces, a continuación, mi interlocutor hace la misma pregunta: «¿y dónde aparcas?».
No preguntan «¿y cómo aguantas el turismo?» o «¿y dónde haces la compra?» o «¿y no te tuerces los tobillos con las piedras?» Tampoco hacen comentarios del tipo «las casas son caras» o «estarás en forma con tanta cuesta».
No, siempre preguntan «¿y dónde aparcas?». Y mi respuesta siempre es la misma: «en la calle, cada día donde puedo».
Esta experiencia me hace pensar que, quizá, el principal escollo que se encuentra la gente para vivir en el Casco sea la falta de aparcamiento.
Salvo que sea usted funcionario, se dedique al turismo y hostelería o tenga teletrabajo, lo normal es que, si vive en el Casco, todos los días tenga que coger el coche para ir a trabajar.
Que también puede usted coger el katanga, que no muerde, pero parece que los toledanos le tenemos animadversión al transporte público.
El Ayuntamiento ha hecho recientemente avances como fiscalizar las tarjetas de residentes para que solo las tengan los residentes. Bien, pero eso solo sirve para que quien aparque en zona verde sea, efectivamente, residente. Y tampoco lo garantiza, porque hay mucho listo, algún despistado y un huevo de listos haciéndose los despistados.
El problema es que hay poco aparcamiento en la vía pública y pocas plazas de garaje y, las que hay, duplican el precio de las del resto de Toledo, lo cual demuestra que hay poca oferta y mucha demanda.
Apuntan bien Ayuntamiento y Diputación con el planeado aparcamiento de Alamillos del Tránsito, del que hace tiempo que no oigo hablar. Es una buena iniciativa, pero hay que llevarla a cabo (que ya se verá) y ampliarla porque, por muchas plazas que construyan en él, van a seguir faltando aparcamientos dentro de la muralla y, si cuesta aparcar, costará convencer a cualquier persona para que dé el paso de mudarse al Casco, por muy bonito que le parezca.