La semana que viene cumplo 16 años en el mundo de la enseñanza y en todo este tiempo, cada vez que ha salido el término localismo y me han preguntado qué significa, he contestado con el mismo ejemplo: cucharetear. Siempre que me consultan el significado de una palabra intento que ellos mismos lleguen a una definición aproximada, algo que suele pasar, pero curiosamente la última vez que salió «localismo» no sucedió. Posiblemente, buena parte de la culpa de su incapacidad para dilucidar un significado que queda expuesto en el propio vocablo la tenga su mejor amigo, ChatGPT, siempre dispuesto a contestar, veloz y sin juzgar su mayor o menor cultura. Expliqué el significado y, cómo no, añadí mi ejemplo estrella cucharetear que, tampoco conocían, pero que sí me parece justificado porque es más propio de la zona toledana que de la nuestra, de hecho, si yo lo tengo muy presente es por esa parte de mis raíces que son torrijeñas. Para rematar les dije que si nunca los habían llamado alhajas, cumplido muy propio de toledanos, pero no, tampoco, no porque no lo sean, porque no se lo han dicho. La conclusión es que me tengo que actualizar para darles ejemplos que sí conozcan; ya pasada la clase, recordé otra palabra con la que podría haber probado, «teclero», que, además, no sé si porque medio me la invento, ya que la RAE no la recoge, según mi antojo y circunstancia, o porque me parece que es de la máxima actualidad, me encanta. Madre mía qué teclerito eres. ¡Y anda que no hay tecleros! Está todo lleno. Seguro que sí saben a quién me refiero, esa personita tipo bomba, que en cualquier momento puede hacer metamorfosis y liarla, con la que tienes que ser cuidadoso si te toca sufrirla al lado porque la otra opción es tener jaleo, hay que aguantar sus pataletas con estoicismo, otro término de moda, por cierto, con el consuelo de que como tengo educación prefiero esto a enfrentarme y que las consecuencias sean peores. Pero es que a veces dan ganas de perder la templanza y ser un poco Francia o incluso ir más allá, China y decir, se acabó, querías caldo pues toma dos tazas, quien dice dos, dice ochenta y cuatro. Con ellos solo cabe una solución: la exclusión. Pero es que a quién narices se le ocurrió darle las velas de esta fiesta al teclero máximo. Y, otra vez, me asalta el mismo culpable de la ignorancia ya nombrada.