No soy precisamente una de las personas que eluden pronunciarse acerca de lo que opino sobre ciertos temas más escabrosos y que suelen fomentar la polémica. Ni mucho menos. A la hora de escribir me gusta variar los temas y dar mi opinión, que de eso se trata precisamente en estos de colaborar y escribir artículo de opinión. Obviamente hay temas que son más fáciles y otros más difíciles a la hora de soltar la pluma. Y reconozco que esta semana me puedo meter en un charco de la manera más ingenua. De modo que, voy a ello.
Ustedes habrán visto como todo el mundo, que los medios de comunicación de toda índole llevan dándonos la vara desde hace algunos días por la celebración del Día Internacional del Orgullo. De la fiesta de las personas con una orientación sexual diferente a la mayoría. Esa celebración que origina desde que se celebra múltiples disputas empezando por la colocación de las banderas en los sitios más o menos oficiales. En balcones, en los ayuntamientos, en locales sindicales, delegaciones del Gobierno. En fin, tela la que arman los diversos partidos sobre esto.
Generalmente los que ponen las banderas pasan como que son los más guais, modernos y cuantos calificativos quieran añadir. Los que no son partidarios de poner esos símbolos, solo los oficiales, son señalados como retrógrados, no progresistas y fachas. Demasiado ruido que unos y otros meten y de manera innecesaria. Los que tenemos cierta edad hemos visto cómo las personas cuya sexualidad está orientada a esos grupos citados han salido del armario con más o menos dificultad, pero nadie se mete con ellos, ni les dificultan sus vidas. Es decir, como en otros ámbitos: plena inclusión. Es cierto que, a veces, surge algún descerebrado que se comporta como tal, pero esto es casi inevitable. Hoy día cada uno se gasta si lo tiene el dinero dónde quiere y con quien quiere.
Por ello, no entiendo cómo anualmente se arma tanto revuelo con un asunto que afortunadamente el grueso de la población creemos que todos debemos tener los mismos derechos y a la vez, las mismas obligaciones. Lo que sí sucede es, que, en todos estos asuntos tan coloridos y mundanos, más de uno vive de ello y por ello hace bandera y se auto coloca como víctima. Y así logra más provecho. El asunto es menos complicado, creo, de como algunos lo pintan. Dediquémonos a trabajar, a vivir, a disfrutar, a preocuparnos más del prójimo además de nosotros mismos y seguramente nos irá mejor a todos.
Creo que al hilo de estas fiestas y banderas multicolores se origina demasiado rollo y demasiado ruido. Que tampoco hace falta tanta ostentación de nada y que cada cual se responsabilice de lo suyo. Y que cada uno respetemos y amemos si es posible al que tenemos más cerca y que nos acordemos y hagamos algo más que piar por los que están más lejos.