Casi sin darnos cuenta, las hojas del calendario han ido cayendo, y, con la llegada del mes de diciembre, el Adviento nos anuncia la cercana celebración de la Navidad. Estos últimos días del otoño quizá, con su grisura, nos pongan tristes, como cantaba José Luis Perales, o nos sumerjan en la melancolía del recuerdo y remembranza del pasado. O, tal vez, en su brevedad, nos inviten al diálogo íntimo con ese amigo fiel que es siempre un libro. Descubrir un nuevo autor, o releer unas páginas que en otro tiempo nos hicieron soñar, llorar o reír. Explorar la última novedad que llega a los anaqueles de la librería o viajar en el tiempo y escudriñar los viejos clásicos, esos que siguen hablándonos con la frescura de los siglos.
La literatura en castellano es una de las más ricas y antiguas de Europa. Un idioma que en el entorno del año mil daba sus primeros balbuceos, brotando, lengua popular, del latín. Pude, el día de la Inmaculada, cumplir un viejo sueño, el de acudir a la cuna de nuestra lengua, el monasterio de San Millán de la Cogolla, en tierras riojanas, donde un monje anónimo, allá por el siglo X, anotó, para explicar el significado de diferentes palabras latinas, unas cien expresiones que se consideran las más antiguas escritas en castellano, junto a dos en vasco, «el primer vagido de nuestra lengua española», como las definió Dámaso Alonso, las llamadas Glosas Emilianenses, en honor al lugar donde se compusieron, el monasterio dedicado a san Millán, en latín Aemilianus.
Para comprender cualquier texto es siempre de gran ayuda conocer el entorno en el que ha sido compuesto. Aunque el viejo monasterio de Yuso hoy en día poco tiene que ver, con su solemne arquitectura del siglo XVI, con el cenobio en el que habitó aquel religioso, el marco natural nos habla de un lugar lleno de paz y de belleza, en el que el espíritu humano puede elevarse hacia las cotas más altas de su ser y abrirse a la contemplación del Creador, cuyas alabanzas cantan, salmodiando, diariamente los monjes. Me acogió una mañana soleada, en la que la vegetación resplandecía con el vigor que le han aportado las últimas lluvias, mientras que en lo alto de la sierra, las primeras nieves vestían de cándida túnica las cimas que dan nombre al monasterio. Un entorno verdaderamente inspirador.
Junto al ignoto clérigo, en San Millán escribió otro mucho más conocido, Gonzalo, recordado por su lugar de nacimiento, el vecino pueblo de Berceo, el autor más importante del mester de clerecía, además de ser el primer poeta de nombre conocido en castellano, quien compuso esa deliciosa obra que es Milagros de Nuestra Señora o las vidas de santo Domingo de Silos y san Millán.
Uno de nuestros clásicos, que vale la pena leer y que sólo pedía como pago «un vaso de bon vino».