Hay lugares que, sin saber muy bien la razón, nos atraen, llamando una y otra vez nuestra atención, hasta que acudimos a ellos. Y generalmente, no nos defraudan. Desde pequeño sentí interés, quizá porque había visto su imagen en un libro sobre castillos, por una fortaleza única en España, una construcción de la época omeya de más de mil años que se yergue junto al pueblo giennense de Baños de la Encina. Durante muchos años, al pasar cerca de él por la autovía de Andalucía –al día de hoy, llena de baches y parches, tal vez porque el ministro del ramo prefiere dedicar los fondos a investigar a quien le llama feo-, dirigía hacia su imponente figura una mirada de curiosidad. Hasta que por fin llegó la oportunidad de visitarlo.
Estas vacaciones de Pascua, regresando de Córdoba, decidí por fin acercarme. Tal vez lo que me empujó fue que era ya la hora de comer y que el organismo, aún descolocado por el absurdo cambio de hora, reclamaba recuperar fuerzas. Así que me desvié y, a través de un mar de olivos, me acerqué al pueblo. Quedé impresionado por su belleza. En verdad, hace honor a su título de uno de los más bonitos de España. Casas y palacios renacentistas, en hermosa piedra labrada; calles exquisitamente cuidadas, limpias; la espléndida iglesia parroquial de San Mateo. Y, el objetivo más inmediato, una deliciosa gastronomía, en un espacio de lujo, la Casa Guzmanes, un palacete del siglo XVII exquisitamente rehabilitado, anteriormente convento de monjas Bernardas, periodo del que conserva la cúpula de la antigua capilla.
Tras alimentar el cuerpo, vino el saciar el espíritu. Y en Baños de la Encina se puede lograr fácilmente, recorriendo su entramado urbano, irregular, aunque sus cuestas no echan para atrás a un toledano, ascendiendo hasta el castillo, la fortaleza andalusí mejor conservada de Europa, mandada edificar el 968 por Alhakén II, como recuerda la lápida fundacional, y más tarde rehabilitado por los almohades. Su nombre original es Burj al-Hamma, 'torre de los Baños'. Un total de catorce torres originales, más una añadida tras la Reconquista le dan un perfil característico, y las vistas sobre el pueblo y el pantano del Rumblar son realmente pintorescas. Una edificación que perteneció, por donación de Fernando III el Santo, al arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada, una de las figuras más extraordinarias de nuestra historia.
Pero Baños alberga alguna sorpresa más. Y ésta es una de las joyas del rococó español, casi desconocida, la ermita de Jesús del Llano, que, tras su sobrio exterior, oculta la exuberancia desenfrenada de una decoración barroca que en el camarín ofrece uno de los momentos culmen del barroco andaluz, con unas paredes cubiertas de pájaros, guirnaldas, ángeles y espejos que estallan en la bóveda de mocárabes.
Baños ha cubierto con creces mis expectativas. Y es un ejemplo de buen hacer turístico.
Como aquí…es ironía, claro.