Realmente ni ha caído de ningún sitio ni es de acero el telón que sufrimos. No ha caído porque el telón se está construyendo a ciencia y conciencia y con fines tan claros como execrables. Por supuesto no es de acero, es ideológico, menos visible que ese muro que dividió Europa durante tantos años, pero quizá por eso más eficaz en su resultado y más peligroso: a quienes separa no se dan cuenta de esa sutil tela de araña psicológica en la que consiste y los atrapa.
No se trata de algo que esté surgiendo por casualidad, está perfectamente programado y trabajado y su finalidad es clara: separar de forma irreconciliable a los españoles en dos bandos entre los que no pueda haber conexión alguna. Por esto precisamente la primera tarea ha sido abolir el espíritu de la Constitución de 1978.
La Constitución de 1978 fue el fruto del trabajo, no intelectual que también, sino principalmente humano, que consistió en unir a los españoles, en hacerles superar la división que había impuesto la guerra civil. Fueron muchos, procedentes de las más diversas ideologías y todos con una altura moral digna de encomio, los que arrimaron el hombro como uno solo para construir una España en la que de verdad cupiéramos todos, en la que cultiváramos más lo que nos une que lo que nos separa, en la que la diversidad se utilizara como fertilizante para enriquecernos todos, en la que la tolerancia fuera el estandarte al que todos siguiéramos, en la que no se discriminara y mucho menos criminalizara a nadie por sus ideas… en definitiva un país occidental con todos sus valores.
Este sistema hizo que la inmensa mayoría de los españoles se situaran en el centro político, de tal forma que un buen porcentaje fue capaz de votar a la UCD, después al PSOE y más tarde al PP, porque las ideologías de estos partidos estaban próximas y sobre todo nadie las había declarado enemigas entre sí.
Sin embargo este mundo casi idílico era un gran inconveniente para quien de hecho pretendiera erigirse en autócrata, en absolutista y en ocupante permanente de la Moncloa. Si las ideologías seguían siendo permeables, las personas serían libres para pensar sin atavismos del pasado y no podrían ser pastoreadas como miembros de ningún rebaño. En definitiva, votarían con la cabeza o el corazón pero nunca con las entrañas.
Si nos damos cuenta, en los años ochenta, noventa y la primera decena de los dos mil, la radicalidad estaba en los extremos y la moderación en el centro, es decir, el PSOE y el PP tenían muy poca distancia ideológica real y los comunistas y de extrema derecha eran realmente minoritarios. Esta situación fue dinamitada a ciencia y conciencia, primero por Zapatero y ahora de forma exagerada por Pedro Sánchez. Su programa ha consistido en hacer gruesos los extremos y flaco el centro. Para ello Pedro Sánchez no ha dudado en asimilarse a PODEMOS y por ello acusa tan incesantemente, aunque sea falso, al PP de ser lo mismo que VOX, cuando sus diferencia son evidentes.
Por eso, personajes como Oscar Puente no son fruto de un error en su nombramiento, son acciones premeditadas para mantener divididos de forma irreconciliables a los españoles. Pedro Sánchez ha inventado el telón de acero, pero ideológico.