Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Friedrich

12/02/2025

Entre los pintores del siglo XIX hay uno que verdaderamente me fascina, Caspar David Friedrich. Entre el gran público suele ser conocido por su óleo Viajero junto a un mar de niebla, en el que vemos a uno de sus típicos personajes de espalda, contemplando, desde unas rocas, la niebla que cubre un azulado paisaje. Pero su obra, marcada por el romanticismo, del que él, junto a Philipp Otto Runge, es el principal representante en el ámbito de la pintura alemana, es mucho más amplia, marcada por la presencia de la naturaleza, influido por los poetas alemanes de su tiempo, que asignaban a la creación artística el papel de intermediaria entre Dios y el Hombre, mostrando dramáticos paisajes, en los que el ser humano, cuando aparece, lo hace como simple espectador.
Nacido en 1774 en la pequeña localidad universitaria de Greifswald y fallecido en Dresde un 7 de mayo de 1840, se educó en una atmósfera de rígida moral protestante que influiría decisivamente en su personalidad. Su espiritualidad se manifestaría a través de las representaciones paisajísticas, convirtiéndose en el principal paisajista alemán de su época. Sus cuadros, fascinantes, invitan a la meditación, a adentrarnos en nuestro yo más profundo. Monje a orillas del mar, Abadía en el robledal o La cruz en la montaña, nos hablan de aquel ambiente romántico alemán, que identificaba lo divino con la naturaleza. El sentido de su pintura lo expresó afirmando que «un pintor debe pintar no sólo lo que ve ante sí, sino también lo que ve en el interior de sí mismo».
En España apenas tenemos alguna obra de Friedrich, por lo que es, lamentablemente, poco conocido. Pero ahora podemos acercarnos a él, si bien a través de la literatura, pues acaba de traducirse la original e interesante biografía del pintor, escrita por el historiador alemán Florian Illies, titulada La magia del silencio. El viaje en el tiempo de Caspar David Friedrich, publicada en Salamandra. Y digo original porque no es una biografía al uso, sino que junto al relato de la vida del artista, intercala las peripecias sufridas por sus obras, desde incendios a robos, pasando por las diversas valoraciones que experimentó, desde el olvido y desprecio a la exaltación en la Alemania nazi y su recuperación contemporánea. Y lo hace, además, organizando el texto en cuatro grandes bloques, que se agrupan bajo los epígrafes de los cuatro elementos, fuego, agua, tierra y aire, destacando la presencia de cada uno de ellos en diferentes pinturas y aspectos de la vida del pelirrojo pintor.
Una lectura con la que el lector disfruta, adentrándose en el corazón del protagonista, en el sentido de su obra, en el contexto cultural y social en que vivió, con continuos saltos en el espacio y en el tiempo, que hacen del libro una de las biografías más amenas que haya leído nunca sobre alguien.
Una oportunidad para conocer a un artista excepcional.