Barcelona es una ciudad siempre fascinante. Hace unos días, con motivo de una conferencia que impartí, regresé de nuevo. Acabada una intensa jornada de trabajo, decidí pasear por el centro histórico, en torno a la catedral, con su bella fachada neogótica, ante la que se estaban montando las casetas de la Fira de Santa Llúcia, en las que ya asomaban belenes y todo tipo de adornos navideños, sin que faltaran los caganers; una feria que se remonta a 1786. Por el Carrer del Bisbe me dirigí a la Plaza de Sant Jaume, el centro político de la ciudad, con los palacios del Ayuntamiento y de la Generalitat. En un ángulo de la plaza lucía ya un espléndido abeto y en el centro estaban terminando de instalar una estrella de veinte puntas desde la que se ofrecerá un espectáculo de luz y sonido inmersivo. Denominada Origen trata de evocar el momento de creación del universo, con la explosión primigenia de energía y luz.
La idea es interesante, pero ahora viene la pregunta, que no pocos barceloneses se hacen, sobre qué tiene que ver esto con la Navidad. Es cierto que siempre se puede evocar la estrella que guió a los magos a Belén, pero da la sensación de que por ahí no va la cosa. Parece más un intento, desde luego no el único, ni exclusivo de la ciudad condal, de celebrar una Navidad que obvie o elimine cualquier referencia a lo que realmente celebramos, el nacimiento de Jesús como hecho histórico, que, además, para los creyentes, es festejar que el Hijo de Dios se ha hecho Hombre para salvar a la Humanidad.
Una vez más cabe preguntarse si eliminando este motivo que dio origen a estas fiestas, tiene sentido la Navidad. Algunos, desde una ignorancia supina o tal vez una mala fe inconfesable, aducen que podemos ofender a quienes practican otra religión, eufemismo para referirse al Islam, olvidando que para los musulmanes Jesús es el mayor profeta después de Mahoma, y que sienten gran veneración hacia la Virgen María, como pude comprobar este pasado verano en Tánger, a cuya catedral católica acuden mujeres musulmanas a rezar a María. Mis alumnos musulmanes en la Universidad, al llegar estas fechas me felicitan, con toda normalidad, la Navidad. Por tanto, esa objeción está fuera de lugar.
Entiendo que haya gente que no quiera celebrar estos días. Creo incluso que puede resultar excesivo el gasto en luces –bueno, en Toledo este año parece que no ha debido ser demasiado, vista la pobre iluminación de la ciudad-. Pero lo que no comprendo es que se quiera disimular su verdadero sentido.
Navidad no es un pequeño Disneyland, ni sueños mágicos, ni un mundo de ilusión lleno de elfos y seres fantásticos. Es, ni más ni menos, recordar que hace dos mil años, en una cueva, nació un niño que cambió la historia del mundo.
Buen Adviento.