Acaba de terminar el 11 de septiembre, una fecha que reúne un sinfín de conmemoraciones, entre otras, el 11-S (que marcó un cambio de paradigma internacional) y otra, más cercana, la 'diada catalana'.
Que vivimos un momento político tan interesante como peligroso, no se pone en duda, (incluso se ve más claro con la perspectiva de la distancia).
Ahora bien, cuando oímos las manifestaciones del Presidente de la Generalidad de Cataluña y de otros tantos representantes políticos de esa Comunidad Autónoma, se nos deberían encender todas las alarmas (siempre con la mínima esperanza de que sean meras expresiones para 'consumo interno' de 'los suyos'… ).
Los que creemos en el Estado de Derecho, en el imperio de la ley y en la igualdad de derechos de los españoles, no debemos permanecer callados ante la mera posibilidad de que un partido (se llame éste como se llame) esté dispuesto a ir contra el propio sistema constitucional para contentar a una minoría (cuyos votos se convierten en necesarios para que su líder sea investido Presidente del Gobierno del Reino de España).
No podemos permanecer callados si vemos cómo un vicepresidente del Gobierno viaja fuera del territorio nacional para reunirse con un 'delincuente prófugo' de la Justicia.
No podemos permanecer callados si sospechamos que alguien podría estar dispuesto a anteponer sus intereses personales -o partidistas- al interés general de todos los españoles.
No podemos permanecer callados cuando sistemáticamente se recurre al pasado para justificar manifiestos errores presentes, ni cuando se recurre al 'y tú más…' que sólo certifica la incapacidad argumental de quienes los emplean.
No podemos permanecer impasibles (ni siquiera equidistantes) si sospechamos que puede haber quienes quieran acabar con un sistema de convivencia, la Constitución de 1978 (mejorable, sin duda, pero por sus cauces) que nos ha dado los mejores años de prosperidad de los últimos dos siglos.
No podemos permanecer callados si vemos que alguien intenta abolir, radicalmente, la necesaria división y separación de los poderes del Estado.
Dice el refranero castellano que 'quien calla, otorga'. Yo no me callo. Yo no otorgo.
¿Te imaginas que esto pudiera pasar en España? Yo, sinceramente, no (ingenuo de mí).
Nihil prius lex. La ley por encima de todo.