Hace pocos días fallecía, sorprendiéndonos a todos los que la conocíamos, queríamos y apreciábamos, la doctora Paulina López Pita, académica de número de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo y profesora durante muchos años de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, donde se dedicó a la enseñanza y la investigación del Medievo. Era especialista en el sistema señorial en la Baja Edad Media, tema que trabajó en su tesis Layos, origen y desarrollo de un señorío nobiliario, así como en la sociedad islámica medieval. Una magnífica profesional, que dirigió dos tesis doctorales y codirigió otras dos, autora de numerosos artículos y varios libros, a los que hay que sumar su participación en seminarios y congresos.
Pero más allá de su magnífica labor como historiadora, Paulina era una de las personas más extraordinarias que he conocido, por su humanidad, su exquisita delicadeza con quienes la rodeaban y su disponibilidad siempre generosa, colaborando con prontitud en todo aquello que se le solicitaba, atenta al menor detalle, acompañado indefectiblemente de una cordial sonrisa. Todo en Paulina era señorío y elegancia, sin afectación ni falsas humildades, desde una sencillez y profundidad humana que emanaba de un espíritu lleno de autenticidad y generosidad.
Cuando en la tarde del pasado 7 de septiembre nos llegaba la noticia, inesperada, de su muerte, una sensación de incredulidad nos embargó a quienes éramos compañeros y amigos. No era posible que alguien como Paulina se marchara tan pronto, cuando, recién jubilada de sus tareas docentes, tenía por delante unos años fecundos de investigación, cuando su saber y su sabiduría podrían haber hecho una gran aportación a ese evento que debe ser un revulsivo cultural para Toledo, el octavo centenario del inicio de la construcción de la catedral gótica. Todos teníamos grandes expectativas sobre lo que Paulina podría enseñarnos de aquella etapa tan rica de la historia medieval toledana. Pero esto, en el fondo, no es más que un aspecto, importante, sí, pero secundario, de la muerte de Paulina. Es su ausencia la que ahora se nota. Porque, por desgracia, sólo solemos valorar a las personas en su justa medida cuando ya no están entre nosotros.
Paulina era una mujer de fe. No dudo que esa fe le haya ayudado en lo que ha sido un verano –nos fuimos enterando después- de continuas complicaciones de salud, que se enlazaron hasta el momento de su fallecimiento. Nacida en Layos el 9 de junio de 1953, su casa, junto a la iglesia de dicho pueblo, era un lugar de acogida y amistad, donde siempre se podía hacer un alto en el camino y disfrutar de una taza de café y una buena conversación, en la que salía, casi sin querer, su inmensa cultura y la profunda bonhomía de su corazón.
Gracias, Paulina, por todo lo que has aportado, como historiadora, como académica, y, sobre todo, como persona y amiga.