Un elemento esencial en las fiestas navideñas es la presencia, bien en nuestras casas, bien en calles y plazas, de la representación del nacimiento de Jesús. La entrañable escena del portal, con el Niño acompañado de María y José, junto a la mula y el buey, es reproducida de múltiples formas, desde las más sencillas hasta las espectaculares de los belenes napolitanos, reflejando la imaginación, la pericia o la ingenuidad infantil de sus autores. Una tradición que en España adquirió especial importancia con la llegada al trono de Carlos III -anteriormente rey de Nápoles-, quien mandó realizar el bellísimo Belén del Príncipe para su hijo, el príncipe de Asturias y futuro Carlos IV, que podemos contemplar durante Navidad en el Palacio Real de Madrid.
Sin embargo, el origen de los belenes es muy anterior. De hecho, estas Navidades recordamos el ochocientos aniversario del primero. En efecto, corría el año 1223, cuando san Francisco de Asís decidió evocar el nacimiento del Salvador en el pequeño y pobre pueblo de Greccio, un lugar que le recordaba lo que había visto en su peregrinación a Tierra Santa. El santo quiso celebrar la noche de Navidad en una gruta, donde hizo construir un pesebre y llevó un buey y una mula, para reproducir la de Belén. Invitó a las gentes del lugar y según la tradición, el propio Niño Jesús se apareció durante la misa a Francisco, quien lo tomó en sus brazos. Esta escena fue reproducida unos años después por Giotto en el espléndido ciclo que sobre la vida del Poverello pintó en la basílica superior de Asís. Así, poco a poco, se fue extendiendo la costumbre de instalar belenes tanto en las iglesias como en las casas, creando un riquísimo patrimonio popular y artístico.
Pero junto a esta tradición popular que Francisco impulsó, existieron en la Edad Media otras maneras cultas de mostrar de forma teatralizada lo que nos cuentan los Evangelios de la Infancia acerca de la natividad de Jesús. Una de ellas se dio en Toledo, y constituye la pieza más antigua de teatro en castellano, el llamando Auto de los Reyes Magos, un texto escrito hacia finales del siglo XII, cuyo original se conservaba en la Catedral de Toledo, y, que al igual que otras piezas relacionadas con los ciclos litúrgicos, era representada en el templo primado en las fiestas navideñas, como se hacía con el recuperado Canto de la Sibila. Una obra compuesta posiblemente por un clérigo de origen francés, de notable calidad dramática en sus diálogos, que tal vez convendría, al igual que se ha hecho con el susodicho Canto, volver a representar.
Entretanto, disfrutemos de los numerosos belenes que podemos contemplar esta Navidad en Toledo, desde el siempre sorprendente de la ermita de la Estrella al extraordinario napolitano del Museo del Greco, pasando por la amplia y variada exposición del Palacio Arzobispal.
Les deseo feliz Año Nuevo.