Miguel Ángel Collado

Alma Mater

Miguel Ángel Collado


Tiempo para pensar

18/12/2023

Durante la vigencia, en la primera década de este siglo, del sistema de habilitación nacional para el acceso al cuerpo de catedráticos de universidad, en una de las muchas pruebas que se celebraron, un miembro del tribunal, llegado su turno para formular cuestiones o debatir con el candidato que había expuesto su historial académico y méritos, dijo que solo iba a hacer una pregunta a ese aspirante que había presentado un exageradamente voluminoso repertorio de monografías, libros en coautoría, capítulos de libros, artículos, etc. «¿Usted, cuándo piensa?» fue esa única pregunta. El candidato no fue habilitado.
Esta anécdota nos sitúa frente a una actitud propia de algunas personas pero que, cada vez con mayor intensidad viene generada exógenamente, que incide sobre el desempeño de sus funciones por parte de los profesores universitarios. Es la mala entendida cultura de la cantidad y velocidad, por encima de la calidad y reflexión, que deben estar en la base de la docencia e investigación, y que frecuentemente viene impulsada por el entorno.
 Cuando se está reformulando el criterio de evaluación de la investigación hacia lo cualitativo más que lo cuantitativo por la lógica de valorar la calidad y lo que aporta al conocimiento, al progreso el resultado de la actividad científica del investigador, se cierne la amenaza de la hipervaloración cuantitativa de la docencia y de la gestión, Todo tiene que ser mensurado en términos numéricos: el resultado de la preparación  a  los estudiantes medido por las calificaciones que reciben y no por las cualificaciones que obtienen como fruto del binomio enseñanza – aprendizaje, las horas exactas de tutorización 'formal' y no las reales en pasillos, a la salida del aula, etc, la mera asistencia a reuniones de órganos colegiados de gobierno, la inscripción en cursos de formación de lo más variopinto, la pertenencia a comisiones de diverso tipo.
Todo lo que no puede ser medido y verificado por los oportunos mecanismos de fiscalización previa o posterior no existe; todo aquello que no se puede reflejar numéricamente en un apartado del currículum o en un ítem de las aplicaciones no sirve, no se valora en absoluto, por muy útil y enriquecedor que sea o por muy conveniente que resulte en beneficio de compañeros, estudiantes o de la institución en su conjunto. La economía del conocimiento puede degenerar en una cultura contable: lo importante son las cifras, la cantidad, no la calidad, la aportación eficiente.
El problema se agrava porque hay que añadir el tiempo y la burocracia necesarios para dejar constancia fehaciente, frecuentemente con la intervención no ya de otros colegas sino también de otros colectivos de la universidad a los que se convierte en cooperadores del sistema de verificación, de esas actividades que se someten a simple cuantificación en un exceso de horas y gestiones que han de consumir tanto el evaluado como el evaluador. Las necesidades legítimas de evaluación de la docencia, investigación y gestión, de la rendición de cuentas en definitiva, han derivado en un incremento exponencial de la burocracia en el sistema universitario.
Quien opta por un cauce de mayor sosiego para la reflexión profunda, creadora, innovadora, corre el riesgo de ser penalizado en su desarrollo académico a la vez que no se valoran tantas y tantas actuaciones, reuniones, discusiones científicas informales con colegas para avanzar en el conocimiento, organización de conferencias, etc.  No olvidemos que en el paradigma de investigación el tiempo para reflexionar y los avances no conclusivos son esenciales; el tiempo en el sentido cairológico es crucial y, mientras tanto, en ocasiones se superponen procesos de evaluación o control en fórmulas continuas de solicitud de información con apariencia voluntaria pero cuya trascendencia futura está por escribir.

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