Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


El faro de Tánger

04/09/2024

Siempre me ha atraído visitar Marruecos. Este año, por fin, he podido realizar este deseo. Y con creces. Marrakech, con la bellísima hermana de la Giralda, el alminar de la mezquita Kutubía; la espectacular casba de Aït Benhaddou, escenario de películas como Gladiator; la indescriptible experiencia del desierto. Y, por último, Tánger.
Tánger es un lugar único, especial. Su pasado como ciudad internacional, durante la época de los protectorados español y francés sobre Marruecos, ha hecho de ella una ciudad cosmopolita, puente entre África y esa Europa que se divisa en los días diáfanos. En ella han vivido escritores, pintores, artistas. Contemplar su maravillosa bahía, recorrer las estrechas callejuelas de la medina, gustar los diferentes sabores y olores que impregnan nuestros sentidos, hacen de la visita a Tánger una experiencia extraordinaria. Ciudad fenicia, cartaginesa, romana, árabe, portuguesa, inglesa, española y marroquí, su historia milenaria se palpa entre sus muros.
Pero no fue nada de esto lo que me impresionó. Lo que me impactó y conmovió hasta las entrañas fue el faro. Y no me refiero al que domina cabo Espartel. El Faro es el proyecto que la archidiócesis de Tánger está desarrollando para ayudar y acoger a los niños de la calle. Un proyecto con el que hemos colaborado durante unos días un grupo de voluntarios de Toledo, coordinado por la pastoral juvenil diocesana. Porque a Tánger, a pesar de sus atractivos, no fuimos de vacaciones. De hecho, tras vivir la experiencia de estar con los niños de la calle, jamás podría volver allí como turista. Ha sido una de las experiencias más impactantes y duras de toda mi vida, comprobar la situación en la que viven esos niños, muchos ya adolescentes, que carecen de lo mínimo que la dignidad humana exige. Ni techo, ni educación, ni atención. Sumidos en el desprecio y la ignorancia social, hundidos en el consumo de disolvente que les destroza los dientes, la garganta, el cerebro. Explotados sexualmente, violados literalmente, a veces por 10 dirhams, el equivalente a un euro. Echados o huidos de sus casas, sin embargo están encontrando en el proyecto Faro un pequeño hogar que por unas horas les libera de su pesadilla cotidiana.
El proyecto, impulsado por la diócesis de Tánger, cuyo actual arzobispo, Emilio Rocha, durante varios años formó parte de la comunidad franciscana de San Juan de los Reyes, ha comenzado hace pocos meses, pero ya ha logrado que un grupo de niños vaya sintiendo que tienen un espacio en el que se les quiere, se les valora. Conjuntamente a la labor de las Misioneras de Madre Teresa, que atienden desde hace años a estos niños, se les ofrece la posibilidad de tener un poco de higiene, alimento, ropa limpia, algo de formación. A cambio, sus ojos, sus gestos, sus abrazos, devuelven un agradecimiento inmenso. Porque son amados, dignificados. Considerados personas.
Este humilde faro es el que verdaderamente ilumina Tánger.