La irrupción de la nueva enfermedad vírica Hemorrágica Epizoótica (EHE), que se ceba especialmente con los cérvidos, pero que ha saltado al bovino en Andalucía, Extremadura, y ahora también a Castilla –La Mancha, con el primer caso confirmado en una explotación de Alamillo, en la comarca de Almadén, pone de relieve la importancia de la sanidad animal y la urgencia de actualizar los protocolos veterinarios, así como la información al ganadero para generar un clima de seguridad y de sosiego entre los que más sufren estos envites.
En este caso, desde el primer positivo en noviembre en la provincia de Cádiz, (era una enfermedad inexistente hasta ese momento), poco o nada se ha sabido después sobre sus síntomas, sus formas de contagio o su mortalidad, hasta que se ha convertido en un problema creciente para muchas explotaciones que hoy tienen claro, al menos, que no es una zoonosis, que no tiene consecuencias en la cadena alimentaria ni en el consumo, que no es contagiosa, que la repica un coulicoides, aunque no haya alcanzado aún su pico.
Los ganaderos han ido viendo cómo el decaimiento de los animales, la inapetencia, o la tristeza de los ejemplares enfermos se convertía en la mayor evidencia de que podrían tener la desconocida EHE, sin que nadie pudiera acreditarlo hasta que se producía la muerte, o los propios síntomas iban desvaneciéndose pasados 10 o 12 días.
Ahora acaba de diseñarse un plan entre el Ministerio de Agricultura, las Comunidades Autónomas, el IREC, y ARTEMISAN para monitorizar la enfermedad.
En este contexto, desde la crisis de las 'vacas locas', en el año 2000, el sector ganadero ha tenido que familiarizarse de repente con nuevos cuadros clínicos como en su día la encefalopatía espongiforme bovina, la lengua azul en el ovino, desde luego la viruela (erradicada desde 1968) que tantos dolores de cabeza ha dado a nuestra región, o la peste porcina africana que amenaza de nuevo al sector tras los focos de Polonia, Alemania o Italia. Por no hablar de la prevalencia y resistencia de otras enfermedades clásicas como la tuberculosis o la brucelosis.
La fauna silvestre, la movilidad del ganado, el comercio internacional, y también el Cambio Climático, son factores de riesgo que explican la aparición de ciertos virus, o la estacionalidad de sus contagios por los vectores de transmisión.
En este contexto, el plan nacional de erradicación de lucha contra las enfermedades es el protocolo más seguro para evitar el descontrol de las infecciones, y poder mantener el estatus libre para exportar. Pero algo está fallando para que los ganaderos no entiendan ni compartan la consecuencia más gravosa de un saneamiento cuando ese positivo, falso positivo o prueba indiciaria sentencia al sacrificio obligatorio o vaciado de toda su explotación.
La Unión de Pequeños Agricultores (UPA) ha pedido estos días «más protección a los ganaderos con los saneamientos en las políticas de sanidad animal», y sobre todo, una actualización de los baremos indemnizables para que cubran el lucro cesante.
El ganadero no es veterinario, y aunque se fíe absolutamente de su facultativo, solo recuperará la tranquilidad si tras la decisión traumática puede empezar de cero con unas ayudas suficientes que hoy han quedado desactualizadas con los precios del mercado.
El dinero no le quitará el disgusto, desde luego, ni la pena de perder su rebaño con el que establece tantas veces una relación emocional. Pero al menos, le permitirá levantarse del golpe y reponer todo el patrimonio perdido.
En esa línea de UPA, crece la reivindicación general de las organizaciones para que se agilicen los procesos de las pruebas analíticas, se obtengan los resultados o se realicen de forma rápida los segundos o terceros saneamientos con el fin de que "la granja quede liberada en el menor tiempo posible".
También está la urgencia de coordinar un plan de control de las enfermedades de las especies silvestres, vectores de tantos virus y contagios que, pese al esfuerzo por mantener la máxima sanidad en las granjas, saltan a la cadena ganadera.