Hay culturas que, siendo ajenas a nuestra tradición occidental, nos atraen, suscitándonos interés e incluso pasión. Así sucede con el antiguo Egipto, que fascina con su halo de misterio. O con Japón. Tal vez, en este último caso, en correspondencia con la curiosidad que lo español despierta en el Imperio del Sol Naciente. El Japón contemporáneo encuentra seguidores entusiastas, casi fanáticos, entre los jóvenes enamorados del manga, pero también la cultura tradicional japonesa tiene entre nosotros auténticos enamorados. O su gastronomía.
Estos días he podido visitar en Roma una bellísima exposición sobre arte japonés de la época Edo (1603-1868), en la que se ofrecía un recorrido muy completo, partiendo de las imágenes representadas a través de la xilografía, de la cultura japonesa durante esos siglos. Asimismo se mostraban elementos de la vida cotidiana, desde instrumentos musicales, juegos, complementos -un espectacular cubre kimono azul decorado con aves fénix y flores-, muñecas o abanicos pintados, dentro de una muy cuidada ambientación expositiva. La delicadeza de las representaciones, la exquisitez de los detalles, el refinamiento en lo más sencillo y cotidiano, nos hablan de un pueblo culto, que ha sabido elevar la hermosura a categoría vital.
Descubrí el arte japonés hace años, curiosamente también en Roma, en otra exposición que sigue siendo para mí la mas bella que he visitado en mi vida, dedicada un pintor del siglo XIX, Utagawa Hiroshige, autor de unos maravillosos paisajes que compiten con los de otro artista más conocido entre nosotros, si no por el nombre, al menos por alguna de sus numerosas representaciones del Monte Fuji – La gran ola de Kanagawa-, Katsushika Hokusai. Ambos artistas han estado presentes en esta exposición del Palacio Braschi, y me han hecho recordar aquél primer encuentro. Aunque la curiosidad por Japón creo que ya me la generaba, en mi niñez, las lámparas de piedra del parque de Nara. Porque hemos olvidado que Toledo está hermanado, desde 1972, con la ciudad japonesa de Nara, la primera capital imperial de aquel lejano país. Una relación que nos tendría que ayudar a conocer y valorar más esa extraordinaria cultura.
Lo japonés está muy presente en la obra de uno de nuestros más jóvenes y prometedores poetas toledanos, Jaime Lorente Pulgar, que, junto a una muy interesante y original obra literaria, es posiblemente el mayor divulgador entre nosotros de la cultura nipona, a través de la promoción que realiza, a nivel teórico y práctico, de esa expresión poética japonesa tan peculiar y exquisita como es el haiku. Conozco a Jaime desde que fue mi alumno -hace años- y he seguido, con admiración y orgullo, sus pasos como creador. Desde aquella Poesía en silencio, su obra se ha ido enriqueciendo -y enriqueciéndonos-, a la par que ha dado a conocer a la actual generación de poetas toledanos, con su Poetas en Toledo: 103 voces en el siglo XXI.
Japón, poesía, Toledo. Una combinación perfecta.