Si es que en el Casco nos quejamos de vicio. Hasta tierras raras tenemos. Lo contaba el martes este periódico que usted lee, citando fuentes del Instituto Geológico y Minero.
La verdad es que no me sorprendió la noticia. Con tanta mezcla de vecinos, funcionarios, turistas, universitarios, políticos y curas, lo normal es que la tierra salga rara.
Parece ser que el yacimiento me pilla cerca de casa. Así que no se sorprenda usted si me ve un día con pico y pala y cantando la de Antonio Molina.
¡Ay, alhaja! La que se va a liar con esto de las tierras raras.
¿Qué se apuesta usted a que ahora hay que cambiar el POM antes de empezar a redactarlo? Porque digo yo que esto de las tierras raras algo afectará.
Y menos mal que el yacimiento no está en la Huerta del Rey, porque seguro que habría que idear un tercer trazado del AVE a Lisboa. Al debate entre «Toledo central» y «Toledo exterior» se uniría el trazado «Toledo rara avis».
Yo me alegro de esto de las tierras raras. Porque igual es un estímulo para que todas esas manos muertas que tienen propiedades en el Casco, vacías y abandonadas, se pongan a rehabilitarlas para hacer viviendas. Siempre ha sido un riesgo mover cualquier piedra dentro de la muralla, que a la mínima te paran la obra porque ha aparecido una vasija romana, un tupperware judío o un juanete visigodo.
Pero ahora hay un incentivo para hacer obras en el Casco y no hablo de las ayudas del Consorcio, que dan para dos de pipas. Hablo de las tierras raras.
Imagínese usted que levanta la baldosa de al lado del aljibe y le sale, yo qué sé, cuarto y mitad de lantano. O de gadolinio. Que no sabe usted cómo está el precio del gadolinio en el Mercado de abastos. Se forra.
A ver si al final va a ser que no son las tierras, que los raros somos los toledanos por no querer hacer más viviendas en un lugar tan bello como el Casco.