Mañana es el día de la salud, de los pellizcos, y de la albañilería. Muchos dirán (o diremos) lo de todos los años al romper el décimo. Que lo importante es tener buena salud, y que ojalá el gordo haya estado repartido. Otros, los menos, delatarán sin disimulo su alegría en televisión. Confesarán entre lágrimas y nervios que les ha tocado un pellizco y lo destinarán a tapar agujeros.
Para los medios de comunicación, y especial para las teles, mañana es un día complicado. Los dispositivos previstos saltarán por los aires, si al calvo de la lotería le da por llevar el décimo agraciado a algún lugar recóndito. Algún bello, pero escondido pueblo, de lo que ahora se llama la España vaciada. La suerte es así.
Los compañeros reporteros que cubren esta información merecen todo el reconocimiento. Mañana tendrán que volar –como se dice en la profesión- para llegar los primeros a ese bar, a esa mercería, a ese mercado, a ese taller en el que cayó el gordo, y entrevistar a los afortunados. Preguntarles qué harán con el dinero y arrancarles sus deseos más íntimos. Sus sueños más escondidos que, con ese pellizco, podrán ser realidad.
Enrique Obrero es uno de esos periodistas de televisión. Quique, (o Worker, como se le conoce cariñosamente en la redacción de Informativos Telecinco), nos ha contado muchas veces lo que ha decidido la suerte un 22 de diciembre.
Y lo hace como nadie. Esa información y todas las que pasan por su micrófono. Sus reportajes, o su reportaje único, es todo un género periodístico costumbrista. Obrero es el gran heredero del maltratado reporterismo de calle. Por su alcachofa han pasado miles de ciudadanos anónimos contándonos su vida, su alegría y lo que nunca se hubieran atrevido delante de una cámara. Su experiencia vital. Obrero consigue que sus entrevistados -y sus historias-, sean cercanas y, por lo tanto, los espectadores se identifiquen con ellas. Y siempre, dignificando esos testimonios y arrancando una sonrisa o una reflexión íntima al espectador.
Quique es el maestro de su género. Sus reportajes -siempre a pie de calle- tienen una sabiduría y un talento innato para descubrir historias anónimas. Un auténtico doctor en conseguir, sin ofender al entrevistado, los mejores totales (así se llaman las declaraciones en televisión) y componer una historia periodística. Obrero, con su profesión, hace honor a su apellido. Es un noble trabajador de la información.
Su conocimiento costumbrista de la calle y sus vecinos, tenía que salir por algún lado. Obrero ha publicado su primer libro (seguro que habrá más) titulado 'Los niños de los árboles'. Una lectura más que aconsejable para saber cómo era un barrio populoso y castizo del Sur de Madrid en los años 70. La barriada de Usera dónde, por cierto, hay calles con nombres de pueblos de La Mancha toledana.
La pluma de Obrero, como su micrófono, es un pincel que retrata cómo eran, en los setenta, los niños que hoy superan el medio siglo. Y, sobre todo, el ambiente y la atmósfera civil y política en la que se criaron. Sus juegos, sus esperanzas y sus ilusiones con una trama policiaca muy bien tejida y resuelta.
Mañana habrá gente feliz por tener un décimo agraciado. Pero la suerte, es tener a Rodríguez Obrero durante muchos años como amigo y compañero de profesión.