El mito del personaje que protagoniza esta columna es, sencillamente, fascinante. Como los clásicos, nunca pierde vigencia. A lo largo de los siglos, el mito de Narciso representa el amor por la propia imagen e intereses particulares. También, la obsesión por uno mismo y el desprecio cruel hacia los demás.
Narciso era joven y hermoso hasta decir basta, y se adornaba con una arrogancia sin límites. Su belleza era tan deslumbrante, que todos los mortales caían rendidos ante él. Narciso, consciente de sus atributos y del poder que le concedían, despreciaba a quienes le rodeaban y les consideraba inferiores.
Narciso era hijo de una ninfa que se llamaba Liríope, a quien un vidente llamado Tiresias le dijo que su hijo viviría muchos años. Pero con una condición: siempre y cuando nunca viera su propia imagen. En una ocasión, el bello Narciso paseaba por un bosque en el que se refugiaba una ninfa llamada Eco. La ninfa, como no podía ser de otra manera, vio a Narciso y cayó perdida de amor. Eco era una ninfa que enfadó a la diosa Hera (esa es otra historia), y ésta la condenó a repetir las últimas palabras que oyera de quien la hablara. El caso es que Narciso se dio cuenta de que alguien le miraba y gritó: «¿Hay alguien aquí?» Y claro, Eco respondió: «aquí…aquí…», mientras salía de su escondite con los brazos abiertos para abrazar a Narciso. Guiado por su vanidad, y al verla acercarse, Narciso le dijo a Eco que naranjas de la china. Eco se alejó como alma en pena y nunca más salió del bosque.
Todo esto llegó a oídos de Némesis, la diosa de la venganza, quien diseñó un plan para castigar al vanidoso Narciso. Con argucias, indujo a Narciso a acercarse a un arroyo. Mirando el agua, el joven vio su reflejo y quedó prendado de su propia imagen. Narciso no podía dejar de admirar su propia belleza, y se pasaba los claros del día con sus noches admirando su reflejo en el agua, e ignorando a todo aquel que intentaba llamar su atención.
Narciso se volvió loco por no abrazar y besar a su propia imagen. Desesperado en ese intento por amarse más a sí mismo, se arrojó al agua para darse un abrazo y allí se quedó. En el lugar donde murió ahogado, creció una flor de gran belleza, conocida hoy como narciso.
La leyenda también se relaciona con el exceso de orgullo, que no era del agrado de los dioses. Narciso, al despreciar a quienes le rodeaban y admiraban, fue castigado. Los dioses no toleraban su arrogancia y falta de humildad. En consecuencia, lo que le ocurrió a Narciso muestra los peligros de la vanidad y el egocentrismo. Recuerda la importancia de no caer en el exceso de orgullo que conduce a la destrucción individual. Y seguramente, con el paso del tiempo, también colectiva.
(Cualquier parecido con algún personaje de la actual política nacional, es fruto de la sana imaginación del lector, y ajena a la intención del señor que firma esta columna). «Columna….columna…»