Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Tiempo de paraguas

25/03/2025

Confieso que, en estos días de tanta lluvia, he requerido tus servicios y no sabía dónde estabas. Necesitaba que acudieras en mi auxilio, como en el siglo pasado,  y me concedieras tu protección. Pero mi memoria  -y el transcurrir de los años-, habían borrado tu última dirección conocida en mi hogar. Desesperado y acuciado por este tiempo, buceé en mis recuerdos para descubrir la esquina en la que aletargabas, esperando mi llamada de socorro. Declaro incluso, públicamente, que mi memoria había eliminado cualquier vestigio de tu existencia. Y mucho más, de tu funcionamiento. 
Reconozco, también, que tu imagen solo retornaba a mi mente algún fin de semana perdido. Ocurría delante del televisor, mientras veía películas de la pasada centuria en Cinemascope o en Technicolor. En alguna de ellas se te veía abierto y protector. Cantando con alegría y con un halo de esplendor que reventaba por todas las varillas de tu esqueleto. 
En esos largometrajes, te presentabas erguido y orgulloso en todo tipo de manos. Ejercías tu papel con honor, soltura y belleza. Protegiendo a todo aquel que te abriera, y solicitara tu santo cobijo sobre su testa.  Te daba igual que la misma fuera ilustre o plebeya, republicana o monárquica, enciclopédica o populista. Infante o senil. Capitalina o lugareña. Madridista o colchonera. A ti te resbala todo eso, y mucho más. Siempre has estado por encima de todas esos cráneos privilegiados, que dijera un gran usuario tuyo como fue Don Ramón María del Valle Inclán.
Lejos de tu aparente presencia arcaica y casposa, tus genes siempre han transcurrido paralelos a los avances de la ciencia. En 1928, Hans Haupt decidió que podías ser de bolsillo. Años después, Bradford Philips diseño lo que hoy conocemos como tu plegado moderno. Eres parte imprescindible en las ceremonias religiosas de la Iglesia Católica, como parte de la vestimenta papal. También tienes especial relevancia en las Iglesias ortodoxas orientales, donde se te utiliza para honrar a personas importantes o reliquias.
Por servir, lo has hecho hasta con otros fines distintos con los que fuiste diseñado. Puedes mutarte en arma arrojadiza -y mazo- en diluvios de discusiones tórridas y acaloradas. Has sido bastón cuando así se te requería, para mantener equilibrio y dignidad. Y qué decir de tus aristas románticas, que pones al servicio de aquellos que te alquilan como nido de amor para besos discretos o pasionales. Por servir, hasta tu nombre y significado se utiliza como ejemplo de protección nuclear. Y más en estos días, de amenaza de lluvia radioactiva.
Los tiempos actuales hacen necesaria otra vez tu presencia, apreciado y sufrido paraguas. Y no solo para el agua. Por eso necesito encontrarte cuanto antes. La fuerte lluvia de mentiras, y las tormentas de infamias e ignominias de estos tiempos, hacen imprescindible tu presencia. Quien te abre sin recelos, sabe que le darás albergue y sincera protección. También conoce que, cuando te cierre, será porque las oscuras nubes habrán desaparecido y brillará el sol de la verdad.
En eso hay que confiar, viejo paraguas, aunque no parezca que vaya a escampar pronto. Miraremos al cielo.

ARCHIVADO EN: Iglesia católica, Ciencia