Alguien, en una ocasión, comparó Toledo en verano con una sartén, en la que, algo más que metafóricamente, nos freímos los toledanos. Los días tórridos, que aún tienen que serlo más, pues, como se dice vulgarmente, el calor va ‘de Virgen a Virgen’, desde la Virgen del Carmen, el 16 de julio, a la del Sagrario, el 15 de agosto, invitan a permanecer, en la medida de lo posible, encerrados y guarecidos del sol. Por ello la llegada de la noche nos empuja a buscar la calle, el paseo, con la inútil esperanza de encontrar algo de alivio y frescor.
Paseo muchas noches por la Vega Baja. Si aún no ha caído el sol, es maravilloso contemplar cómo va dorando y enrojeciendo los vetustos muros de la ciudad histórica. Y en cuanto llega la noche, la iluminación artística revela la belleza de los espléndidos monumentos bañados de blanco. Sí, realmente es hermoso contemplar Toledo desde la Vega Baja, deleitarse con esas perspectivas sobre las que aún se cierne, apenas olvidada durante la pandemia, la amenaza del cemento y del ladrillo devorador. Un paisaje urbano que, sin embargo, contrasta con lo que podemos observar a nuestro alrededor.
Porque sobre la antigua urbs regia visigoda sólo se contempla abandono y dejadez. Las lluvias primaverales cubrieron de vegetación los restos que ahora permanecen ahogados entre plantas resecas, dando una penosa imagen de lo que debería ser uno de los grandes proyectos arqueológicos y culturales de Toledo. Varias veces he insistido en que la Vega Baja no es un obstáculo para el desarrollo de nuestra ciudad, sino una oportunidad única, por ser un conjunto extraordinario, sólo comparable con las grandes extensiones arqueológicas de la ciudad de Roma, con la peculiaridad de ser, con Recópolis, ejemplo único de urbanismo en una Europa que se estaba ruralizando a pasos agigantados desde el Bajo Imperio Romano.
Entiendo que la pandemia ha paralizado todo, pero urge tomarse en serio lo que significa la Vega Baja. Para ello es necesaria la implicación de toda la sociedad toledana, desde las instituciones públicas y privadas hasta las diferentes asociaciones y todos aquellos que estén preocupados por la conservación y potenciación de nuestro patrimonio. Vega Baja precisa de un plan de excavaciones sistemático, que vaya sacando a la luz todos los restos enterrados; un proyecto de musealización que explique esos restos y los integre en el entramado urbano de la ciudad mediante un proceso de ajardinamiento, con señalización y explicación de los diversos ámbitos, y un centro de interpretación que, recurriendo a las últimas tecnologías, ofrezca al visitante reconstrucciones virtuales que le ayuden a valorar el conjunto arqueológico.
Toledo necesita replantear su modelo turístico. Vega Baja supone una posibilidad magnífica de diversificar y ampliar la oferta de la ciudad, con un parque arqueológico que compactaría los barrios y ofrecería un ámbito de esparcimiento para la ciudadanía, conservando nuestras raíces más profundas.