Comenzamos el año que da cierre al primer cuarto del siglo XXI (o quizá el que inicia el segundo cuarto, según la cuenta más correcta que expliqué en mi primer artículo en este medio hace 25 años), y el mundo nos ofrece un panorama político no muy esperanzador. Miles de millones de personas viven en países abiertamente no democráticos, empezando por el que seguramente será próxima primera potencia mundial. Ciñéndonos a Europa y América, algunos son ya plenamente autoritarios, como Cuba o Nicaragua, y parece que nadie va a impedir que en Venezuela siga gobernando quien perdió las elecciones. Pero también debiera preocuparnos la deriva populista con tendencias iliberales que apreciamos en muchos otros Estados más próximos. No es solo el auge de la extrema derecha en países como Argentina, El Salvador, Polonia (a pesar del cambio de mayoría en las últimas elecciones), Hungría, Austria, Países Bajos, Italia, o incluso en no poca medida Alemania y Francia. No es solo el populismo izquierdista en países como México, que amenaza -acaso de muerte- lo que quedaba de independencia judicial. Es que el populismo y la tendencia autoritaria han penetrado en algunos partidos políticos otrora considerados moderados. Y cuando esto sucede, los contrapoderes están en riesgo, empezando por el propio poder judicial y la libertad de prensa.
Todo puede cambiar, y por eso a veces he formulado tres reglas que convendría tener en cuenta, y especialmente en España. La primera es que nada va tan mal que no pueda empeorar, y deberíamos tenerlo muy presente cuando pensamos que hay que reformar por reformar todo lo que vemos que funciona mal, porque la reforma lo puede empeorar (ya lo mencioné cuando se reformó el CGPJ para impedir que haga nombramientos una vez vencido su mandato). La segunda es que nadie está exento de involucionar, y eso se ha visto en Estados Unidos o en otros países punteros en Europa. En España deberíamos tenerlo presente cuando a veces pensamos que nunca podremos vivir lo que ahora vemos en México o incluso en Venezuela, o en cualquier otro de los países citados. Mal haríamos creyendo que estamos libres de la involución, que según todos los indicios en realidad ya hemos iniciado. Y la tercera -porque siempre hay que buscar una nota algo optimista- es que de todo se puede salir, y esto no es solo un mensaje a mis desesperados amigos de Cuba, Nicaragua o Venezuela, sino que también es una reflexión basada en nuestra experiencia reciente, pues cuando España parecía haber perdido todos los trenes de la modernidad y la democracia, nuestro proceso constituyente y el desarrollo posterior demostró que podíamos sentirnos orgullosos de estar al nivel de las naciones que siempre creímos más punteras. Ojalá no deshagamos ese progreso.