Sin buscarlo demasiado, pero en cierto modo coincidiendo con mi preparación de un texto académico sobre el concepto de naturaleza en la cultura occidental (en el marco de un estudio sobre los hoy actuales y polémicos 'derechos de la naturaleza') he tenido la oportunidad de leer dos textos de sendos autores señeros de nuestra literatura del siglo XX, que de alguna manera 'dan vueltas' a estas ideas, y las relacionan con otras muy próximas. Y no puedo dejar de recomendarlos a mis lectores, si es que todavía no los han leído. El primero de ellos es una colección de artículos de Unamuno, agrupados bajo el título 'Paisajes del alma'. Aquí se aborda un concepto amplio de paisaje que incluye de todos modos el elemento humano -acaso en la misma línea que su "compañero de generación" Azorín- y donde describe de manera magistral diversos lugares, partiendo de la inescindible simbiosis entre naturaleza y cultura. El último de estos textos, acaso el más conocido, está escrito en 1933 y lleva por título 'País, paisaje y paisanaje'. Aquí se puede leer que «si la biografía, la historia, se ilumina y aclara con la biología, con la naturaleza, así también la geografía se ilumina y aclara con la geología». Y un poco más adelante se señala con claridad y precisión que «sin ser aldeano, paisano, no cabe llegar a ser ciudadano. El espíritu, el pneuma, el alma histórica, no se hace sino sobre el anima, la psique, el alma natural, geográfica y geológica…»
El segundo texto es el discurso de ingreso de Miguel Delibes en la Real Academia Española, pronunciado en 1975 y publicado algo después con el título 'Un mundo que agoniza'. Aquí aparecen, de manera premonitoria, descarnada y en forma de inequívoca denuncia, muchas de las preocupaciones y reclamaciones que hoy son comunes y mucho más extendidas, respecto al daño que inequívocamente hemos estado haciendo al planeta que habitamos, y que acaso ya sea irreparable. Pero todo eso se relaciona con una crítica a cierta noción de progreso y una exaltación del mundo rural, cada vez más perdido, y al que solíamos referirnos con ese término de 'campo'. Delibes escribe, por ejemplo, que «hemos matado la cultura campesina pero no la hemos sustituido por nada, al menos, por nada noble. Y la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de sus significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste». Y sugiere, como uno de sus personajes, que el verdadero progresismo ante la Naturaleza es el conservadurismo. Dos textos, en fin, clarividentes, y que recalcan el vínculo insoslayable entre naturaleza, sociedad, humanismo y cultura. Profundamente ecologistas, pero alejados de cierto 'ecologismo de despacho' hoy tan común.