El papel que soporta esta columna está inundado de lágrimas. También de lamentos y de gritos ahogados en la desesperación. Pero, sobre todo, de una dignidad como nunca habíamos visto porque la teníamos olvidada. Ahora, se ha dejado ver orgullosa, repleta de honestidad en ciudades y pueblos.
Dignidad. Una palabra prostituida años atrás, pero que ha recuperado estos días su sentido más hermoso y pleno. Las filas interminables de gentes armadas con cubos y escobas, sí que han sido columnas de dignidad. No portaban pancartas, ni silbatos ni proclamas. Solo el anhelo de ayudar al vecino y al paisano, para volver a tejer los hilos de un país que se intenta deshilachar.
Los llantos de Valencia y Castilla-La Mancha han subido al cielo roto, y se han escuchado en toda la nación. Una riada de lágrimas de seres humildes y anónimos. De jóvenes y mayores. De trabajadores, jubilados y estudiantes. De mujeres y hombres que derrochan estos días, con generosidad, los mejores valores de un ser humano. Lo hacen sin pensar en nada más. Solo en ayudar al prójimo, porque se han sentido aviones de papel en la tormenta política que vivimos.
Esos lloros y lágrimas quedarán en la memoria de este gran país durante mucho tiempo. Quizás jamás se sequen, porque han sido muchas las mejillas por las que se han deslizado. Lágrimas de un pueblo que se ha sentido huérfano, abandonado y manipulado por políticos sin escrúpulos.
Por aquellos representantes que pretendían sacar rédito de la tormenta sin reparar en las víctimas, y en su número. Por aquellos individuos que han osado poner la fuerza incontrolada de la naturaleza a su servicio, con la mente puesta exclusivamente en su cálculo electoral. Por aquellos supuestos líderes que, en definitiva, han dejado ver la infame pasta y materia de la que están hechos, sin importarles el coste de vidas que ello acarreaba.
Ahora, son ríos de fango los que recorren conciencias y desatan la furia y sed de justicia. Es el barro de la mentira el que se ha desbordado por las calles de toda España, de tanto usarlo y producirlo. La justicia poética cambiará su curso. Lejos de morir en el mar, el fango subirá lecho arriba hasta la fábrica en la que nació, para llevarse a quiénes intentaron otra vez levantar un muro entre españoles.
El cielo se ha roto estos días. Detrás de la tragedia, la lluvia caída ha hecho resplandecer lo mejor de la condición humana, sin ambages ni trampantojos. La historia de esta gran nación, está forjada en la superación colectiva de tragedias y desafíos aparentemente insuperables. En esta ocasión, de nuevo, el esfuerzo titánico de todo un pueblo conseguirá lo que parece imposible.
Y al frente de todos, el primero de los españoles.