Exhaustas y agotadas, las vides regalan estos días su belleza más senil. En su sepelio otoñal, ofrendan recuerdos intimistas a quienes creen en la reencarnación de la sangre y el vino. En esta descolorida fotografía de octubre las viñas posan bucólicas, como estatuas carentes de savia de vida. Esa imagen se torna en evocación de olores y tabernas, rebrotadas en la memoria del pasado estío. Instantáneas en las que, el vino, ejerce de protagonista y anfitrión en charlas y encuentros.
Al entornar los ojos, el perfume de las tabernas donde el vino impera, se hace más poderoso e ingobernable. Esa fragancia y aroma otorga personalidad a los santuarios olorosos que se entregan a su culto. Las bautiza con la venencia de la verdad. Las hace suyas en su evaporación, y se impregna eternamente a sus paredes. En su suelo sacrosanto, el vino se transfigura en cuerpo y alma. Las voces que duermen en las botas, susurran en nariz y boca secretos de otros tiempos. Confidencias inteligibles para los apóstatas del in vino veritas.
En el paladar del tiempo que es la ciudad de Cádiz, se encuentra la encantadora -y encantada-, Taberna La Manzanilla. La peregrinación a este lugar mágico, catedral de la manzanilla sanluqueña, es un dogma para la congregación que adora sus vinos. Cita espiritual para los fieles que buscan la purificación en el Santo Grial que guarda en sus botas.
Cruzar la puerta de La Manzanilla es una experiencia religiosa dónde elevar plegarias. A la vid y a la vida. Superado el dintel espirituoso, se aparece la robusta barra de madera, apoyo y descanso para los fieles que buscan reafirmar su fe sanluqueña. En ese altar está Pepe, ejerciendo de Sumo Sacerdote. En su santuario, distribuye el ministerio investido con inmaculada guayabera blanca. Tras repartir la sangre generosa, expía las rondas de su parroquia con una tiza en la barra. Porque así está escrito que se paguen los pecados en La Manzanilla .
Desde hace décadas, Pepe es el Pope de La Manzanilla, como ejercieron su padre y su abuelo. La Manzanilla, fundada antes de la guerra civil, no ha cambiado de ubicación. Su pórtico, ábside, crucero y campanario siguen pétreos en la calle Feduchy. Una calle que, en los tiempos del abuelo Pepe, se llamó Karl Marx.
Las botas que guardan el cáliz, son máquinas del tiempo que transportan peregrinos de La Manzanilla al paraíso sanluqueño. En ese edén están las ninfas que esperan a los creyentes con sus mejores galas: finas, en rama o pasadas. Levitando sobre suelos de albariza, y embriagadas con aromas salinos. Quien ha conocido ese celestial destino, no pisa viña infiel el resto de su mortal existencia.
Un día con mucho encanto, Fernando Savater inmortalizó una leyenda que preside el templo manzanillero. Cuentan que Pepe -el tercer Papa-, consagró con manzanilla bendita el dogma teológico. "Extra tabernam nulla salus" fueron las sagradas palabras tatuadas por el cardenal donostiarra en una bota. En román paladino: "Fuera de las tabernas no hay salvación". Y de la Taberna La Manzanilla, menos.
Estas son las cosas que pasan en Caí.