El poeta Charles Baudelaire fue el autor de la cita que posteriormente ilustró Kevin Spacey en Sospechosos habituales: «El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía». Como expuse en la anterior tribuna 'No lo conozco, solo nos hemos acostado', hoy ha sido hacernos creer que existe, hace el bien y es necesario para liberarnos de opresiones como la pareja, considerada un constructo paranormal de Occidente generado por la dominación capitalista, el fervor cristiano de Tamara Falcó y la testosterona de Platón, Shakespeare y Walt Disney. Así lo ejemplifican los cada vez más recurrentes artículos que se abren camino por la red con titulares paranoicos, empobrecedores y tóxicos: Todo lo que el poliamor le puede enseñar a una relación monógama; Por qué tener varias parejas podría traer numerosos beneficios; La relación abierta, una forma de amar sin poseer y sin egoísmo. Titulares que, por otro lado, llegan a enaltecer la infidelidad: En defensa de los infieles: cuando pecar no es pecado si entiendes el porqué; Por qué y cómo una pareja infiel puede estar y ser feliz; La fórmula para engañar a tu pareja y disfrutar sin que se rompa la relación. En fin, el caso es que, entre toda esta hornada, recientemente llamó mi atención Por qué la generación Z quiere romper con la monogamia.
Un artículo que aborda cómo, según un estudio de Ashley Madison -portal internacional de citas que se vende como la «aplicación para casados número 1»-, la mitad de los jóvenes Z en España (51%) -la «generación mejor preparada de la historia» para la peonada posmoderna- quiere tener una relación abierta, el porcentaje más elevado de Europa. Veamos, es cierto que toda pareja dicta unas reglas propias que a los demás no nos conciernen y que toda opción, siempre que sea coherente y honesta, es respetable. Lo que no lo es, es que una mayoría de jóvenes veamos mejor tener una pareja poliamorosa para, citó textualmente del artículo, «tener experiencias sexuales más plenas». Primero, porque decir algo así supone una falacia ad sapientia populum -«falacia de la popularidad»-: que una mayoría piense algo no significa que eso sea cierto, significa, simplemente, que piensa algo. Y, segundo, porque, obviamente, se pueden tener «relaciones plenas» en el monoamor. Aunque esto le da igual a Christoph Kraemer, directivo de Ashley Madison, que insiste, a lo largo del escrito, en la superioridad del poliamor: «Una sola persona no puede satisfacer todas las necesidades o el deseo. Los hombres quieren probar, ver si la pareja va bien… Las mujeres lo tienen más claro, dicen que no pueden ser monógamas y felices a la vez». Sin embargo, lo que propone este aristócrata del movimiento posmoderno es peor que un amor opresivo, es un «amor consumista» basado en ingerir, absorber y asimilar el objeto en el sujeto, y no al revés, como en el amor auténtico. Un amor que permita encamarnos con otros y volver con nuestra pareja a final del mes. No es de extrañar que, bajo este paraguas, también afirme: «La generación Z no solamente está cambiando el modelo de relaciones, está iniciando una revolución continua». Algo de lo que reírse cuando lo revolucionario de hoy es comportarse como Odiseo, sin lamentarse de haberse privado en el camino de escarceos, como el de la ninfa Calipso, por elegir el amor de su esposa, Penélope; cuando encontrar una pareja feliz, deseante, valiente y sincera es hoy una rara vis.
Para variar, el artículo finaliza normalizando la infidelidad a través de profesionales de la psicología como Lara Ferreiro: «El enamoramiento suele durar dos o tres años, pero después de eso pues te vas a aburrir y demás, y como no quieres cambiar a la persona pues...». Obviando que debemos considerar el sesgo de Ferreiro, puesto que es asesora de Ashley Madison, el enamoramiento es una sensación física, hormonalmente detectable, con fecha de caducidad. Cualquiera puede enamorarse cuatro veces a la semana, pero amar es algo complejo y meritorio. No es algo aburrido. Me pareció tan curiosa esta diarrea conceptual de la psicóloga, que encontré en Internet una entrevista suya denominada La infidelidad tiene numerosas ventajas y puede salvar a muchas parejas del divorcio, donde añade: «Hemos hecho estudios en los que hemos visto que hay más ventajas en ser infiel Vs. divorciarse». Es llamativo que alguien como ella, número uno de su promoción -según anuncia en su web-, obvie la psicología moral. Solo así entendemos que olvide que engañar a tu pareja (sin entrar en casos especiales) es inmoral y afirme: «El confesarlo no arregla nada, solo deja cadáveres emocionales». Sencillamente delicioso, en lugar de decir la verdad, da rienda suelta a tus tórridos apetitos. Y si te pillan, no te justifiques, es más, reivindícate, porque, como ella asegura: «Hay personas que ven la infidelidad como autocuidado (...) buscas el sexo por otro lado porque no te lo han dado». Vamos, que si la pobre persona que te ha encumbrado con su palabra te descubre haciendo acrobacias de cama con otra, no sueltes un «Cariño, no es lo que parece» pudiendo decir «Cariño, sí es lo que parece…pero me estoy autocuidando». Touché.
A tomar vientos la mística del amor, las cancioncitas de Álex Ubago, Pablo Alborán, Laura Pausini, y los whatsapps romanticones y con encanto, y bienvenuti los vendedores de humo que proclaman que, como nuestra pareja oprime y aburre, debemos «empoderarnos» visitando camas ajenas como si nos fuéramos de fin de semana de adelgazamiento a un balneario de la Toscana. No me digan que el calibre de los posmodernos no es fascinante: te dicen que vives encadenado por el «amor novelesco» para luego soltarte que te esclavices a una industria que solo busca instruirte en el canto del apareamiento de la foca noruega con tal de ser emocionalmente flexible y generar ingresos en cada cambio. No lo relativicemos. Esta hipocresía, además de vender penosamente tofu como chuletón de Ávila, es letal por fomentar que los idólatras del poliamor proliferen como champiñones, las webs adúlteras se multipliquen como la espuma y la fidelidad se considere opresiva y la infidelidad revolución; de ahí entendemos que hoy el amor con mayúsculas tenga menos seguidores que el club de fans de la tortilla de algas wakame y que encontrar una relación como la de Odiseo y Penélope sea más difícil que tropezar con un resto arqueológico en esa sirvienta con cofia llamada Vega Baja de Toledo. Lo cual es desolador, porque estamos desaprovechando la oportunidad histórica de crear un proyecto con quien queramos en un Occidente ya liberado de impedimentos sociales y patriarcados. Por eso, independientemente de que nos tachen de «fachas», «súper fachas» o «súper mega ultra fachas», habrá jóvenes que seguiremos insistiendo en que el amor erótico es la gran aventura de nuestro siglo, que las relaciones verdaderas son obscenamente anticomerciales y que los grandes vínculos se fundan en la ética; que, en definitiva, uno solo puede entregarse a varias personas a condición de renunciar a la maravilla de entregarse bien a una, y que esa, si no es la más dura, sí es la más inapelable de las condenas.