En estos días semanasanteros, la Villa que ejerce de frontera manchega se enciende con un tenue brillo de faroles. Esa luz rebota en los hábitos cofrades desempolvados en el tiempo, y los hace relucir un año más en la memoria y orgullo local. Son horas -las venideras-, que los anderos anhelan con generosidad de hermandad. Notas musicales y aromas de primavera revientan en el aire, y resuenan con esplendor como sintonía perpetua.
En estos días de pasión y fervor -y también de fiesta-, la Semana Santa se multiplica y agarra a esquinas, calles, balcones, iglesias, ermitas o simplemente recuerdos. Todos eternos e inolvidables. Distintos pero simétricos. Impermeables al manto que arropan los años, como pilas de memoria preservada en la mirada de un escenario procesional. Los fieles -incluso los que dicen no serlo, pero ejercen como espectadores-, tienen su propio balcón para llorar, sentir, domiciliar, testificar o guardar su Semana Santa. Unos lo pregonan como propio, con el afán de significarlo y realzarlo. Otros lo protegen con su anonimato y discreción, en lo más íntimo de sus pensamientos.
La Caridad, en la vieja entrada al pueblo, es el escenario que testifica y vela como pocos por la Semana Santa de la Villa. La antigua atalaya barruda defiende con orgullo -y a la vez humildad-, la esencia de la Semana Santa de la antaño Prima ab Origene Nostra.
El próximo jueves, al atardecer, los últimos rayos del día caerán como lágrimas de pasión sobre la vieja ermita. Las mismas que, bajado el capuchón, se deslizarán escondidas por las mejillas de todos los que anhelan la salida de las imágenes, y el inicio de su procesión. Un calidoscopio de emociones en aparente caos, que se muta a toque de corneta en orden procesional.
Una a una, las imágenes abandonarán La Caridad para procesionar orgullosas por el pueblo. Una a una, saldrán de la ermita acompañadas por sus cofradías, abrazadas por el esfuerzo de sus hermanos y de todos aquellos que contemplan -con respeto-, su paso. Una a una, y desde lo más profundo de su historia, la ermita devolverá recuerdos de esperanza y devoción.
La Caridad se convertirá, este jueves, en una fotografía de imágenes alumbradas por el afarolado tiempo de sus cofrades. El rufar de las cajas rebotará en la puerta poniente de la ermita, y las cornetas se clavarán en el aire imperiosas de brillo y sentimiento. En ese instante, La Caridad habrá cumplido su misión de escenificar, a paso santero, la pasión y tradición en el manchego cruce de caminos.
Son muchos los que dentro de dos días acudirán, con pregón o anonimato, a esa llamada de La Caridad. A ese, su sitio. Los que no puedan acudir a ese, su momento, solo tendrán que cerrar los ojos para estar allí. La Caridad habita, y habitará, en quienes el próximo jueves sientan su latir en el pecho. O bajo el invisible capuchón.
Como las imágenes que guarda La Caridad, los recuerdos salen y regresan. La ermita, y la memoria, vela por no perderlos.