Este tiempo de días tan largos, calurosos, desocupados y ociosos predispone a escapadas, reuniones, excursiones, comidas, cenas y meriendas que propician el encuentro con gentes propias y extrañas.
Unas extrañas, desconocidas, exóticas y forasteras, puesto que, aunque no te muevas, a la fuerza tienes que coincidir con los turistas internacionales que siguen llegando a España, hasta que se complete la previsión de 95 millones en 2024, un 13% de visitantes foráneos más que al año pasado y, con muy poco más, el doble de los habitantes del país. Otras, aunque sean gentes propias y cercanas, alejadas lo suficiente de tu entorno laboral -donde se suceden más de la mitad de las horas que estás despierta- para ser ajenas a tus cuitas profesionales.
Es la oportunidad para abstraerse, maravillarse y sorprenderse con realidades, conductas y estilos muy distintos a los cotidianos y la ocasión para liberarse de lo que te enoja y contraría. Sobre todo, porque es muy fatigoso poner al día de tus disgustos y preocupaciones - que ahora te das cuenta de que son pura nadería sin fuste que lo merezca- a quienes no tiene una idea preconcebida y bien nutrida sobre lo que tratas de decirle. Si no compartes un lugar común- sin ingenio, pero cómodo-, no hay resortes que provoquen la respuesta aprendida que esperas, por lo que pierde la gracia.
Además, sospechas, con acierto, que corres el riesgo de aburrir o, mucho peor, de que te dediquen la misma condescendencia que a un niño que lleva media tarde en apuros con los cordones de las zapatillas y empieza a ponerse pesadito. De modo que saltas el surco rayado y te recreas en pensar sobre qué nos llevará a los humanos a comportarnos, siendo tan iguales, de maneras tan diferentes, ya que te niegas a admitir que no sean valores universales el respeto, la valentía, la buena fe, el bendecir, la honradez o la palabra dada.
Comprendes que el ser humano adopta modos de pensar, sentir y actuar que le sean útiles para adaptarse a las circunstancias - el contexto que dirían los relativistas culturales- y que Norbert Elias señalaría como una disposición natural para los cambios y para la adaptación de nuestra conducta, fruto de la acumulación de experiencias y del aprendizaje constante. Bien, es verdad, que se refería al proceso de la civilización y no a las decisiones que adopta un individuo por su propio provecho, pero bueno, aquí me sirve…
Quizás la clave está en lograr interpretar esos valores en su contexto cultural, como tratará de hacer Ruth Benedict en El crisantemo y la espada, estableciendo el patrón cultural de los japoneses para facilitarles a los soldados norteamericanos, desplazados con las fuerzas de ocupación en la Segunda Guerra Mundial, su trato con ellos. De hecho, prueba de que no es fácil entender la conducta de otros es que la Casa de Asía ofrezca cursos de protocolo para facilitar el intercambio y la negociación entre culturas.