Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Alipio, el Renco

24/04/2024

Alipio, el Renco, compraba con su padre, tío Luterio, caballos, mulas y burros viejos y accidentados de la comarca que luego revendían, para la carne, los días 1 y 15 de mercado a José, el Madrileño, que los sacrificaba –si aguantaban el tirón del viaje y los achaques- en el matadero viejo de Pozuelo de Alarcón. 
Alipio, el Renco, era juncal, más chulo que un ocho, caminaba con la pierna izquierda estirada de resultas de la coz de una mula falsa del Torrico que le destrozó la rodilla cuando era chico. Vestía dos trajes entallados, uno marrón y otro gris, con camisas Terlenka que le traía un pariente de Madrid, calzaba cómodas botas gallegas, hechas a medida en Mazuecos, pañuelo de hierbas al cuello, derroche de brillantina en el pelo y, en la mano, una vara larga y fina de fresno con adornos geométricos hechos a punta de navaja.
Alipio, el Renco, alternaba los sábados de verano por la noche con sus primos Paulino, el Torero y Gerardo, el Monaguillo. Primero en La Tropical, a base de rondas de chatos de vino embocado de Montearagón mezclado con limón de Espumosos Palomarejos, después daban un garbeo por el baile de Manoteras a pavonearse delante de modistillas y marmotas y apretarse media docena de copas de anís. Cuando cerraba el salón, a eso de las tres de la mañana, remataban en La Bombonera con un café doble bien cargado, pelotazo de aguardiente y tertulia espesa de alcohol y sueño hasta que clareaba el día. 
Alipio, el Renco, juraba y rejuraba que ponía su moto Triumph TA, a 140 kilómetros por hora en la recta de los llanos de Velada y que hasta Arenas de San Pedro no echaba más de veinte minutos. 
-Primo. ¡Tú barrequeras! Tienes mucho vino en el trupo! Es un «amoto» viejo, ni que balogara… Nanai -apuntaba descreído Paulino, el Torero.
-¡Viejo!… ¡Es una challa de máquina! ¿Has oído cómo simbela? Lo que hay que tener son janrrelles y poco canguelo. Que te lo diga Gerardo que vino conmigo el otro día al chandí de Pelahustán. –se acaloraba picado Alipio.
A Gerardo, el Monaguillo, se le abría la boca y asentía ido con movimientos lentos de cabeza- mientras tanto pensaba que tendría poco tiempo para sobar antes de levantarse para echar de comer y aviar las pestís.