Esta semana hemos visto en las portadas la palabra "farsa" repetida el mismo día varias veces. Y no ha sido para destacar la calidad y calidez literaria de esa figura que el arte ha convertido en un placer para la inteligencia. Se ha utilizado este bello término para definir lo que el presidente del gobierno ha desplegado ante la opinión pública española para volver al mismo punto de partida de su convulso mandato. El artefacto ha sido calibrado, calculado y servido a la hora de la cena para captar la atención y la adhesión, para reforzar la división y la tensión social, para que nadie se relaje en esa contienda azuzada desde el poder con el fin de enfrentar a las dos mitades del país. Con unos días de perspectiva, me atrevo a decir que todo lo ocurrido está lejos de poder asimilarse a la farsa tan digna de elogio. La farsa eran Chaplin, Keaton, Sennett, los policías de Keystone corriendo en persecuciones que acaban siempre en un gag. La farsa es una obra de arte que sublimaron las novelas de Lope de Rueda y Cervantes, esos entremeses gloriosos o el costumbrismo de Jardiel y Mihura. Si entendemos la farsa como el modo de entretener y provocar la risa del público a través de situaciones cómicas, exageradas y ridiculizadoras, lo ocurrido en estos cinco patéticos días de abril tiene matices diferenciadores, pese a las similitudes sobre todo en lo del ridículo. Pero me recuerda más a otra figura mucho más calculadora, sibilina y malintencionada: la estratagema. Entendida como dice la RAE, como "ardid de guerra". Porque en una guerra parece estar el autor de este episodio no aislado pero sí aislador, aparentemente fortuito pero milimétricamente calculado a la manera en que estas jugadas se preparaban en la Florencia del Renacimiento italiano, dagas incluidas. Esto se aproxima más a un guion trazado con clara intención para lograr fines muy concretos.
El mérito que tiene concentrar la atención del país entero dilatando los tiempos de una decisión es indiscutible. Su antecesor los dilataba también, pero más por indecisión a la hora de zanjar los problemas que por el cálculo aplicado como medio para conseguir el fin buscado. En la manera de hacer política que nació en el nefasto año 2014 en España, esto que hemos visto es la marca de autenticidad. Ahora lo que hay que discernir es hasta qué punto contó el presidente con la participación necesaria de su círculo de confianza. ¿Actuaron, o mejor sobreactuaron, los ministros y ministras durante cinco días sabiendo que todo era un ardid programado con milimétrica minuciosidad?. ¿Hasta qué escalón de responsabilidad llegaron copias del libreto original para ser interpretado, y a partir de cual rango institucional fue real el drama transmitido por televisión en medio de un valle de lágrimas?. ¿Hubo reparto de papeles en los ensayos de la función?. Tú hablas de jauría y yo de fango. Tú mencionas el odio y yo sacudo con la democracia acosada. Y a la hora del café matinal, fuese y no hubo nada.