Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


La tortilla de patatas

04/02/2025

Una revolución gastronómica se cocina a fuego lento en nuestros fogones. Lo hace por derecho, conquistando los mejores espacios de nuestras cocinas, bares, tabernas, txokos, tabancos, mesones y restaurantes. Una revuelta de huevos y patatas imparable, llamada a conquistar el palacio que la restauración le tiene reservado. Ungida con aceite de primera calidad, la tortilla de patatas se despoja tras años de noble resignación de sus complejos, para gobernar con criterio y sabiduría en los paladares más exquisitos. Su excelso destino es ser regente de la gran cocina española.
La tortilla de patatas surge de una comunión oceánica. La patata cruzó el Atlántico y desembarcó, sin demasiado éxito, en las cocinas españolas de la época. Tiempo después se dejó bautizar con huevo y, con esa bendición, zarpó en sartenes sobre las olas del mejor aceite del mundo. Una de las leyendas sitúa esa génesis culinaria en tierras extremeñas. Otra, más extendida, habla de las guerras carlistas y de cómo el general Zumalacárregui, durante el sitio de Bilbao, recurrió a este sencillo manjar para alimentar sus tropas.
La tortilla de patatas se puede presentar entera, media, en pincho o cortada en dados. Cuajada, sin cuajar o a medio cuajar, dependiendo de la latitud y ubicación geográfica de la cocina. Con la patata engrasada en aceite, o guisada, como un calidoscopio gustativo. Admite una puesta de escena con el tubérculo machacado, o laminado en bolsas de patatas fritas. Con pimiento rojo o verde, al gusto daltónico. También deconstruida, para los inconformistas y deseosos de otros mundos más ingrávidos y gentiles.
La tortilla de patatas, en otra vuelta, posee una vertiente mística y fundamentalista. Su elaboración conduce a debates teológicos -dignos del Concilio de Trento-, sobre la obligatoriedad, o no, de incorporar el sacramento de la cebolla en su Santa Ingesta. La parroquia gastronómica aún no se pone de acuerdo sobre este sexo.
Con la misma intensidad, conlleva pugnas familiares entre cuñados por la autoría sobre la más jugosa y apetecible. Del mismo modo, provoca rivalidades tribales entre establecimientos por izar la bandera de "pruebe la mejor tortilla de patatas". Las últimas tendencias la presentan multicultural y étnica, dando envoltura a la imaginación de todos los cocineros, con independencia de su formación o experiencia. Es lógico pensar que pronto asistamos a excelentes catas de tal vianda.
La tortilla de patatas se degusta cómo, dónde, cuándo y con quién se desee. Anatema sería someterla a prohibiciones y limitaciones más allá de las lógicas, del sentido común y de los mimbres democráticos. La tortilla es de todos y para todos. Es intolerante con aquellos que quieren comer más tortilla de la que les corresponde, aportando menos patatas, aceite y huevos que el resto. 
Por todo ello, este manjar encierra tras su brillante envoltura dorada, principios democráticos de primera calidad. Sus orígenes populares, su consumo, degustación y presentación así lo avalan. La pluralidad de su oferta en la mesa representa, como pocos alimentos, la riqueza y grandeza de España.
Si la actual tortilla no gusta, o no da para más, se le da la vuelta. Para eso están las elecciones. Con o sin foto.